0.57 horas del viernes. Arranca la última carrera de la noche en la calle
Monseñor Valech de Maipú, o si prefiere, la Pista Oculta, como la conocen los
seguidores de las carreras clandestinas en
Santiago. El público llena ambas veredas de
la calzada. El resto de los corredores espera
su turno haciendo fila con sus vehículos en
una de las pistas. Cerca de la partida, un
hombre instala un puesto y vende café en
vasos de plumavit. Hace frío.
Un joven de 23 años maneja a toda velocidad un Subaru Impreza del 2002 contra
otro corredor. Minuto y medio después todo acaba de golpe. Uno de los asistentes se
toma la cabeza con ambas manos.
Otros corren hacia la meta. Segundos antes, el muchacho perdió el control del vehículoy atropelló a ocho espectadores, según se le informó a Carabineros. Uno de ellos, un hombre de 25 años, terminó hospitalizado con
una pierna fracturada.
01.15 horas. Ya no queda casi nadie en la
Pista Oculta. Ni corredores ni asistentes. Un
auto pasa a buscar al vendedor de café,
quien a la velocidad del rayo desarma su puesto y lo mete en el maletero. Carabineros alcanza a llegar y detiene al
conductor del accidente, que pasa la noche
en un calabozo. A la mañana siguiente sale
en libertad.
¿Dónde están?
La calle Monseñor Valech, la Pista Oculta, parece desierta a luz de día. Solo la adornan as fábricas del sector industria de Maipú, las manchas de neumáticos en el asfalto
y los montones de basura que se acumulan
en las veredas, donde asoman bote las de
bebidas energéticas, envases de cervezas
mexicanas, restos de vino en cartón y vasos
de café. La calle llama la atención por sus señaléticas: hay cuatro letreros que advierten la
presencia de lomos de toros, pero solo hay
uno, el último, el que justamente define el
fin de la recta. De los otros tres solo quedan
unas manchas oscurecidas en el asfalto, como diciendo que alguna vez estuvieron allí.
Hace menos de un mes se pusieron tres
lomos de toro en la calle, pero duraron nada. Una tarde los construyeron y a la mañana amanecieron destruidos", cuenta Reinaldo Reyes, supervisor de una empresa de
transportes que tiene su oficina a un costado de la Pista Oculta.
La Munidpalidad de Maipú aporta más
datos: se construyeron los días 4 y 5 de junio y fueron destruidos entre el 6 y 8 del
mismo mes. Hay una denuncia en la Fiscalía. "Llevo dos años en mi trabajo y hace al
menos cinco meses que sé que hay carreras
clandestinas en esta calle. Esto se llena, con
autos y personas, de vereda a vereda. El jueves es el día más fuerte", agrega Reyes.
En Facebook se puede observar un video
de dos horas de la jornada nocturna del 16
de julio en la Pista Oculta. Hombres vestidos con chaquetas azules organizan a los
asistentes con megáfonos y les piden que
no se acerquen a los vehículos. Uno de ellos
tiene un láser verde con el cual apunta desde la partida. Otro coordina las apuestas.
"Unos compañeros míos, que son más
jóvenes, han visto las carreras y la gente es
bien imprudente, porque se acercan a la mitad de a calle para observar mejor la carrera. Así es como ocurren después los accidentes", lamenta el supervisor Reyes.
Se viene un
reglamento
La competencia deportiva de velocidad
más antigua de nuestro país es la carrera a la chilena. En ella dos sujetos
montados en sendos caballos corren
desaforados por una calle cual pista improvisada de unos 200 metros.
En los inicios de la Conquista estas
competencias congregaban a numeroso
público que apostaba dinero a su cabalgadura favorita. para alcanzar la victoria se
empleaban ciertas técnicas mañosas. Para
pichicatear a las bestias, les daban agua de
guanaco o refregaban
sus lomos con plumas
de pájaro de vuelo
veloz, para transmitirles su ligereza.
Para perjudicar al
rival se untaba tierra de
cementerio o grasa de
puma en la línea de salida.
Los jinetes, por su parte, solían
asegurar el triunfo "mangueando" o cargando al contrario en plena carrera para
hacerlos caer. En 1748 las autoridades eclesiásticas
criticaron estas competencias, no tanto
por la rudeza del deporte, sino por el
entorno: ' 'Las carreras de caballo que en
todas las calles se frecuentan -denunciaron- más parecen fiestas bacanales".
Impotente de reprimir estas carreras
que se organizaban en cualquier momento y lugar, la autoridad las normó. El 17
de julio de 1785, el gobernador don Ambrosio Benavides evacuó un reglamento
de carreras ecuestres. Desde entonces se
prohibieron las ramadas y carretas, pernoctar en el lugar, se fijaron los montos
de las apuestas y se impidió la presencia
de perros. Los corredores, por su parte,
aplicaban un reglamento propio que
vetaba a las mujeres montar en los corceles o la mera presencia de embrazadas
cerca de jinete y bestia.