Dos pelícanos gigantes vuelan imperturbables sobre el desierto. Podrían estar perdidos tan lejos de la costa, pero investigadores japoneses aseguran que su presencia en ese lugar, desde donde no se han movido hace más de mil años, podría ser una pista para entender, por fin, las líneas de Nasca.
Masaki Eda, zooarqueólogo e investigador del Museo de la U. de Hokkaido (Japón), fue uno de los científicos que identificaron a estas aves como pelícanos, pájaros exóticos para este lugar de la pampa de Perú.
Todo comenzó nueve años atrás: “El doctor Sakai, uno de los coautores del estudio, me preguntó si podía identificar huesos de aves de un sitio religioso en Nasca. En ese momento también me dijo: ‘Si estás interesado, podrías identificar los geoglifos de aves'. Eso fue en agosto de 2010”, dice Eda a “El Mercurio”.
Para la investigación de los geoglifos, analizaron 16 de los más de dos mil dibujos que se encuentran en Nasca. Compararon las cabezas, picos, cuellos, alas, colas y patas con los de aves modernas que viven en Perú, un trabajo inédito.
Así pudieron determinar que dos pájaros dibujados eran pelícanos —uno no tenía clasificación previa y del otro solo se decía que era un ave guanera—, una especie que solo vive en la costa. También vieron que un picaflor era en específico un “ermitaño”, un pájaro que vive en el norte del Ecuador y en bosques de las laderas orientales de los Andes. “Nuestra investigación muestra que los autores de esos geoglifos dibujaron aves exóticas, no aves locales (...) Los habitantes de Nasca podrían haber visto pelícanos mientras recolectaban alimentos en la costa”, explica Eda.
Drones y viento
El año pasado, gracias al uso de drones, arqueólogos peruanos descubrieron más de 50 geoglifos en la provincia vecina de Palpa, a 50 km de distancia de Nasca.
Se cree que algunas figuras habrían sido dibujadas por habitantes de la cultura Nasca, pero otras serían anteriores. “Esto significa que es una tradición de más de mil años que precede a los famosos geoglifos de la cultura Nasca, lo que abre la puerta a nuevas hipótesis sobre su función y su significado”, dijo a National Geographic el arqueólogo Johny Isla.
Que hayan aparecido nuevas líneas de Nasca no sorprende a Lydia Fossa, peruana, doctora en literatura, quien publicó un estudio sobre estas figuras en la última edición de la revista Estudios Atacameños. Allí analizó la presencia del mito “El zorro en el cielo”. “Cada vez que hay viento aparecen nuevas líneas”, dice en entrevista con “El Mercurio”.
La historia que ella estudió, y que aún se relata en comunidades rurales, cuenta que el zorro quería ir a un banquete en el cielo. Para ello le pide al cóndor que lo lleve, jurándole que se va a portar bien y que se quedará a su lado. Pero una vez en el cielo, el zorro no cumple su promesa y se pierde. Cuando se da cuenta de que no tiene cómo regresar a la Tierra, teje una cuerda y comienza a descender. Pero entonces llega un loro, al que insulta. El pájaro, enojado, le corta la cuerda, el zorro cae y se rompe en pedazos. Esto —dependiendo de la versión— habría dado origen a las plantas cultivadas o a la semilla de la quínoa, que el zorro habría robado del cielo.
Cuando Fossa vio fotos nuevas de la zona cercana a Nasca, se dio cuenta de que calzaban con este mito: vio zorros, vio loros, vio cóndores. “Uno de los ejemplos más interesantes es el de un zorro que está amarrado, que es cuando se estaba descolgando del cielo. Pero a esta figura varios operadores turísticos la llaman ‘animal de seis patas'”.
“Lo que sucede es que los agentes turísticos les han puesto nombres imaginarios a las figuras. Por ejemplo, lo que yo llamo zorro, ellos lo llaman perro, porque es un cuadrúpedo. Pero la verdad es que tiene la cola grande, similar al zorro”. El zorro de los dibujos también tiene tres dedos por pata, una señal, para Fossa, de que se trata de un ser mítico. Para ella sería interesante seguir buscando otros mitos.
“Esto era un sitio ceremonial. Sobre las líneas se bailaba, como en fila, uno atrás del otro. Imagino que sería de noche, o quizás también al amanecer cuando se veían más las líneas”, dice.
Que usaran las líneas de Nasca en ceremonias durante los solsticios y equinoccios es algo que Fossa no duda. “Cuando se cree que el cielo es parte de tu entorno inmediato, así como la tierra que está bajo tus pies, es importantísimo que estés siguiendo lo que sucede con los astros”. Y agrega que algunas líneas, como postulan ciertos arqueólogos, podrían haber sido calendarios astronómicos. “Creo que representaban el cielo y los mitos están relacionados con los astros. El cóndor, por ejemplo, es el intermediario del mundo de abajo con el de arriba”, afirma.
Otros investigadores postulan que, sobre todo las líneas rectas, sirvieron como señales. “Están orientadas hacia fuentes de agua y asentamiento. Serían como guías en el desierto”, dice Hugo Ikehara, doctor en arqueología peruano y profesor de la Escuela de Antropología UC. También se ha postulado, agrega, que eran lugares de encuentro para las festividades.
Sin embargo, como es más fácil verlas desde la altura, “puede que hayan hecho las figuras, quizás, para deidades o ancestros”, agrega.
Distintas teorías intentan descifrar esta cultura que habitó Perú entre el 50 y el 650 d. C. Pero Masaki Eda cree que aún falta trabajo: “No creo que el misterio sobre las líneas de Nasca se termine. Todavía se necesita mucha más investigación”.
Masaki Eda, zooarqueólogo e investigador del Museo de la U. de Hokkaido (Japón), fue uno de los científicos que identificaron a estas aves como pelícanos, pájaros exóticos para este lugar de la pampa de Perú.
Todo comenzó nueve años atrás: “El doctor Sakai, uno de los coautores del estudio, me preguntó si podía identificar huesos de aves de un sitio religioso en Nasca. En ese momento también me dijo: ‘Si estás interesado, podrías identificar los geoglifos de aves'. Eso fue en agosto de 2010”, dice Eda a “El Mercurio”.
Para la investigación de los geoglifos, analizaron 16 de los más de dos mil dibujos que se encuentran en Nasca. Compararon las cabezas, picos, cuellos, alas, colas y patas con los de aves modernas que viven en Perú, un trabajo inédito.
Así pudieron determinar que dos pájaros dibujados eran pelícanos —uno no tenía clasificación previa y del otro solo se decía que era un ave guanera—, una especie que solo vive en la costa. También vieron que un picaflor era en específico un “ermitaño”, un pájaro que vive en el norte del Ecuador y en bosques de las laderas orientales de los Andes. “Nuestra investigación muestra que los autores de esos geoglifos dibujaron aves exóticas, no aves locales (...) Los habitantes de Nasca podrían haber visto pelícanos mientras recolectaban alimentos en la costa”, explica Eda.
Drones y viento
El año pasado, gracias al uso de drones, arqueólogos peruanos descubrieron más de 50 geoglifos en la provincia vecina de Palpa, a 50 km de distancia de Nasca.
Se cree que algunas figuras habrían sido dibujadas por habitantes de la cultura Nasca, pero otras serían anteriores. “Esto significa que es una tradición de más de mil años que precede a los famosos geoglifos de la cultura Nasca, lo que abre la puerta a nuevas hipótesis sobre su función y su significado”, dijo a National Geographic el arqueólogo Johny Isla.
Que hayan aparecido nuevas líneas de Nasca no sorprende a Lydia Fossa, peruana, doctora en literatura, quien publicó un estudio sobre estas figuras en la última edición de la revista Estudios Atacameños. Allí analizó la presencia del mito “El zorro en el cielo”. “Cada vez que hay viento aparecen nuevas líneas”, dice en entrevista con “El Mercurio”.
La historia que ella estudió, y que aún se relata en comunidades rurales, cuenta que el zorro quería ir a un banquete en el cielo. Para ello le pide al cóndor que lo lleve, jurándole que se va a portar bien y que se quedará a su lado. Pero una vez en el cielo, el zorro no cumple su promesa y se pierde. Cuando se da cuenta de que no tiene cómo regresar a la Tierra, teje una cuerda y comienza a descender. Pero entonces llega un loro, al que insulta. El pájaro, enojado, le corta la cuerda, el zorro cae y se rompe en pedazos. Esto —dependiendo de la versión— habría dado origen a las plantas cultivadas o a la semilla de la quínoa, que el zorro habría robado del cielo.
Cuando Fossa vio fotos nuevas de la zona cercana a Nasca, se dio cuenta de que calzaban con este mito: vio zorros, vio loros, vio cóndores. “Uno de los ejemplos más interesantes es el de un zorro que está amarrado, que es cuando se estaba descolgando del cielo. Pero a esta figura varios operadores turísticos la llaman ‘animal de seis patas'”.
“Lo que sucede es que los agentes turísticos les han puesto nombres imaginarios a las figuras. Por ejemplo, lo que yo llamo zorro, ellos lo llaman perro, porque es un cuadrúpedo. Pero la verdad es que tiene la cola grande, similar al zorro”. El zorro de los dibujos también tiene tres dedos por pata, una señal, para Fossa, de que se trata de un ser mítico. Para ella sería interesante seguir buscando otros mitos.
“Esto era un sitio ceremonial. Sobre las líneas se bailaba, como en fila, uno atrás del otro. Imagino que sería de noche, o quizás también al amanecer cuando se veían más las líneas”, dice.
Que usaran las líneas de Nasca en ceremonias durante los solsticios y equinoccios es algo que Fossa no duda. “Cuando se cree que el cielo es parte de tu entorno inmediato, así como la tierra que está bajo tus pies, es importantísimo que estés siguiendo lo que sucede con los astros”. Y agrega que algunas líneas, como postulan ciertos arqueólogos, podrían haber sido calendarios astronómicos. “Creo que representaban el cielo y los mitos están relacionados con los astros. El cóndor, por ejemplo, es el intermediario del mundo de abajo con el de arriba”, afirma.
Otros investigadores postulan que, sobre todo las líneas rectas, sirvieron como señales. “Están orientadas hacia fuentes de agua y asentamiento. Serían como guías en el desierto”, dice Hugo Ikehara, doctor en arqueología peruano y profesor de la Escuela de Antropología UC. También se ha postulado, agrega, que eran lugares de encuentro para las festividades.
Sin embargo, como es más fácil verlas desde la altura, “puede que hayan hecho las figuras, quizás, para deidades o ancestros”, agrega.
Distintas teorías intentan descifrar esta cultura que habitó Perú entre el 50 y el 650 d. C. Pero Masaki Eda cree que aún falta trabajo: “No creo que el misterio sobre las líneas de Nasca se termine. Todavía se necesita mucha más investigación”.