Patricio Yáñez nació en Valparaíso, un día 20 de enero hace 59 años, pero su padre,
Luis, de profesión torpedero, fue destinado al sur, a la isla Navarino, cuando era
pequeño. Desde ese lugar llegan sus primeros recuerdos.
"Ahí veía cómo los marinos chilenos y argentinos se tocaban la oreja para ver quién era más bacán. Y ganaban los chilenos porque los barcos torpederos nacionales eran mejores que los de ellos. Mi infancia allá, en todo caso, la recuerdo con mucho cariño. Como no llegaban ni siquiera radios chilenas, pasábamos jugando pichangas después de ir al colegio. No tenía referencia de ídolos. Solo mi papá, que jugaba de zaguero central: era bueno, pero hachero".
El niño Pato tenía una buena pandilla de amigos que pasaban la tarde peluseando o mirando los buques de todas las nacionalidades abasteciéndose para ir a la Antártida: "Tenía buenos amigos que, lamentablemente, nunca más vi. También hice grupo cuando en 1971 nos fuimos a vivir a Quilpué. Lo pasaba bien, pero confieso que me hacían bullying por llamarme Nazario, que era el nombre de mi abuelo. Mi papá me puso así porque era el de su papá, pero su idea original era llamarme Patricio Corazón de León. Por suerte mi mamá se opuso. Era peor nombre que Nazario, jajajá".
En Quilpué, Yáñez, junto a sus dos hermanos, Luis Fernando y Miguel Ángel, vivió prácticamente bajo la mirada única de su mamá, Victoria de Jesús Candia, debido a los viajes constantes de su padre marino. "Mi mamá anotaba todas las travesuras que hacíamos y luego cuando llegaba el papá se las decía una por una y ahí, un par de correazos recibíamos a cuenta de ellos", recuerda.
En el colegio, a Pato no le iba mal aunque reconoce que solo se ponía las pilas cuando necesitaba salvar algún ramo: "Yo atendía bien en las clases, pero no estudiaba. Cuando no me bastaba con eso, estudiaba y me sacaba la nota que necesitaba. Nunca repetí de curso".
Yáñez no se acuerda bien cuándo fue, pero pone como hito una fecha que no olvida: septiembre de 201 5, "cuando hubo un temblor bien fuerte en Santiago, poco antes del 18".
Por ahíél fija los días en que su madre comenzó a hacer notar los efectos del Alzheimer y que, con los años, se han intensificado.
"Mi mamá vive sola con mi papá en Quilpué. Una enfermera la atiende. Mis hermanos y yo vamos a verla dentro del espacio de tiempo que nos dejan nuestros trabajos. Luis Fernando es pastor evangélico -no sé si le gustará que lo divulgue- y Miguel Ángel trabaja en la aduana portuaria, así que tratamos de visitarlos en cuanto tenemos posibilidades. Es duro ver a mi mamita así", dice el ex jugador de la Roja y ahora comentarista de fútbol en ESPN.
-¿Lo reconoce?
-Mi mamita no me reconoce. Pero pasa algo raro que no puedo explicar: cuando me abraza siento que sabe quién soy. Por ahí de repente tiene muestras de lucidez, me mira y me pregunta cómo me fue en un supuesto viaje. Pero en general solo mira. A mi papá, sí, parece reconocerlo más. Pero sin duda que él es el que más lo sufre. Son muchos años juntos.
-Usted tuvo tres hijas en su primer matrimonio. ¿Son parte de su vida?
-Creo que con ellas faltan círculos por cerrar. Ellas tienen ya su vida hecha. Paola tiene 36 años, es jefa de sección de un supermercado. Pamela tiene 32 y estudió danza contemporánea y Donaciana -o Dona, como prefiere que la llame- tiene 28 y es teniente del Ejército. Las veo poco y obviamente que me gustaría estar más cerca. El clan lo completa Patito, hijo de mi segundo matrimonio y que el año pasado entró a la universidad. Y también Paloma, mi única nieta, la hija de Paola.
-¿Usted ha tratado de acercarse a Paloma?
-Confieso que me ha costado. Estoy metido en el trabajo y de repente se me hace difícil construir relaciones más directas. Paloma me dice abuelo, no tata, y una vez hizo un collage de su familia en el jardín y me presentó. Ahí creo que cachó que yo era conocido, jaja.
-Usted sufrió un aneurisma en 2012. ¿Le teme a la muerte?
-Para nada, porque es la única certeza que he tenido: sé que me voy a morir. Todo lo demás en mi vida ha sido una sorpresa, empezando por ser futbolista. Quizás ahora que estoy cerca de los 60 me preocupe más.
"Ahí veía cómo los marinos chilenos y argentinos se tocaban la oreja para ver quién era más bacán. Y ganaban los chilenos porque los barcos torpederos nacionales eran mejores que los de ellos. Mi infancia allá, en todo caso, la recuerdo con mucho cariño. Como no llegaban ni siquiera radios chilenas, pasábamos jugando pichangas después de ir al colegio. No tenía referencia de ídolos. Solo mi papá, que jugaba de zaguero central: era bueno, pero hachero".
El niño Pato tenía una buena pandilla de amigos que pasaban la tarde peluseando o mirando los buques de todas las nacionalidades abasteciéndose para ir a la Antártida: "Tenía buenos amigos que, lamentablemente, nunca más vi. También hice grupo cuando en 1971 nos fuimos a vivir a Quilpué. Lo pasaba bien, pero confieso que me hacían bullying por llamarme Nazario, que era el nombre de mi abuelo. Mi papá me puso así porque era el de su papá, pero su idea original era llamarme Patricio Corazón de León. Por suerte mi mamá se opuso. Era peor nombre que Nazario, jajajá".
En Quilpué, Yáñez, junto a sus dos hermanos, Luis Fernando y Miguel Ángel, vivió prácticamente bajo la mirada única de su mamá, Victoria de Jesús Candia, debido a los viajes constantes de su padre marino. "Mi mamá anotaba todas las travesuras que hacíamos y luego cuando llegaba el papá se las decía una por una y ahí, un par de correazos recibíamos a cuenta de ellos", recuerda.
En el colegio, a Pato no le iba mal aunque reconoce que solo se ponía las pilas cuando necesitaba salvar algún ramo: "Yo atendía bien en las clases, pero no estudiaba. Cuando no me bastaba con eso, estudiaba y me sacaba la nota que necesitaba. Nunca repetí de curso".
Yáñez no se acuerda bien cuándo fue, pero pone como hito una fecha que no olvida: septiembre de 201 5, "cuando hubo un temblor bien fuerte en Santiago, poco antes del 18".
Por ahíél fija los días en que su madre comenzó a hacer notar los efectos del Alzheimer y que, con los años, se han intensificado.
"Mi mamá vive sola con mi papá en Quilpué. Una enfermera la atiende. Mis hermanos y yo vamos a verla dentro del espacio de tiempo que nos dejan nuestros trabajos. Luis Fernando es pastor evangélico -no sé si le gustará que lo divulgue- y Miguel Ángel trabaja en la aduana portuaria, así que tratamos de visitarlos en cuanto tenemos posibilidades. Es duro ver a mi mamita así", dice el ex jugador de la Roja y ahora comentarista de fútbol en ESPN.
-¿Lo reconoce?
-Mi mamita no me reconoce. Pero pasa algo raro que no puedo explicar: cuando me abraza siento que sabe quién soy. Por ahí de repente tiene muestras de lucidez, me mira y me pregunta cómo me fue en un supuesto viaje. Pero en general solo mira. A mi papá, sí, parece reconocerlo más. Pero sin duda que él es el que más lo sufre. Son muchos años juntos.
-Usted tuvo tres hijas en su primer matrimonio. ¿Son parte de su vida?
-Creo que con ellas faltan círculos por cerrar. Ellas tienen ya su vida hecha. Paola tiene 36 años, es jefa de sección de un supermercado. Pamela tiene 32 y estudió danza contemporánea y Donaciana -o Dona, como prefiere que la llame- tiene 28 y es teniente del Ejército. Las veo poco y obviamente que me gustaría estar más cerca. El clan lo completa Patito, hijo de mi segundo matrimonio y que el año pasado entró a la universidad. Y también Paloma, mi única nieta, la hija de Paola.
-¿Usted ha tratado de acercarse a Paloma?
-Confieso que me ha costado. Estoy metido en el trabajo y de repente se me hace difícil construir relaciones más directas. Paloma me dice abuelo, no tata, y una vez hizo un collage de su familia en el jardín y me presentó. Ahí creo que cachó que yo era conocido, jaja.
-Usted sufrió un aneurisma en 2012. ¿Le teme a la muerte?
-Para nada, porque es la única certeza que he tenido: sé que me voy a morir. Todo lo demás en mi vida ha sido una sorpresa, empezando por ser futbolista. Quizás ahora que estoy cerca de los 60 me preocupe más.