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Habla hija del ingeniero que murió en la puerta de su casa en Concón
La pandemia hizo más triste el funeral de Alejandro Correa Correa, en Viña. Apenas tres autos lo acompañaron al cementerio y su familia tuvo siete minutos para despedirlo antes de cremarlo. En algún momento -aún por definir- esparcirán sus cenizas en Conguillío, como siempre fue su deseo en vida.

En Conguillío conoció a su esposa, Laura, a comienzos de los 80.

Alejandro, que el 17 de septiembre cumpliría 61 años, fue el blanco de 6 tiros el lunes 18 de mayo. El principal sospechoso de los disparos es un ciudadano colombiano al que la policía acusa de haber recibido 5 millones como pago por el crimen. El hombre está en prisión preventiva acusado de homicidio calificado y consumado, y de homicidio frustrado en el caso del amigo que acompañaba a la víctima. También de porte ilegal de armas y receptación.

Valentina, una de las tres hijas de Alejandro junto con Javiera y Catalina, confiesa que la familia está descolocada todavía en Concón. Hoy quedan sólo los recuerdos de su padre, ingeniero comercial de la Universidad de Chile y con estudios secundarios en el colegio San Ignacio de El Bosque.

"Era una persona sumamente amante de la naturaleza, del trekking. A los 55 años fue a Nepal, no digo a escalar el Everest, pero sí a hacer ese deporte. Su destino favorito era el sur de Chile; recorrió varias veces la Carretera Austral", cuenta Valentina, quien dice que siempre trabajó medio día los viernes para dedicar tiempo a su familia.

Alejandro pasó por diversas empresas, como Verschae y Rent a Car, hasta que un banco lo trasladó en 1988 a Viña, donde se quedó por la buena calidad de vida. Luego se fue a Concón. "Decidió jubilarse anticipadamente, poquito antes de los 60, desde el punto de vista de la pensión y para tener más tiempo para darle cuerda a sus negocios", dice la hija. De hecho, encontró una oportunidad en las asesorías.

"Lo que más le gustaba a mi papá era la Fundación Emprender, de la que era parte. Era facilitador, como coach, de empresarios que tenían algunas dificultades de equipo, de manejo y de cómo poder darles una vuelta a los negocios para hacerlos resurgir", cuenta Valentina.

De hecho, su último trabajo fue para la Cámara Chilena de la Construcción de Valparaíso, entidad que publicó un inserto en "El Mercurio de Valparaíso" para manifestar su tristeza y conmoción por lo sucedido y para "luchar porque se haga justicia"

-También manifestó su apoyo la Fundación de Amigos de Etiopía.
-Es que yo viví allá. Fui varias veces como voluntaria y después trabajé como cooperante entre el 2015 y el 2017. Mi tema es la seguridad alimentaria. Cada vez que yo postulaba a un proyecto, mi papá me ayudaba. El directorio de la fundación lo apreciaba mucho.

Valentina, quien también es directora de proyectos de la Fundación para la Confianza, cuenta que su padre muchas veces la siguió en sus proyectos en Etiopía, Kenia y Uganda. "Mi papá, que toda la vida ha sido de campo, me fue a ver y gozó mucho, porque sabía mucho de pozos y yo me dedicaba a eso", explica.

Cuenta que Alejandro era muy reservado en lo que hacía, especialmente cuando apoyaba a la gente. "Recuerdo, por ejemplo, que les pagó el preuniversitario a un par de personas, cuyos nombres no recuerdo, pero eran chiquillos que él consideraba que tenían proyección", asegura.

"Siempre lo hacía de manera silenciosa. Nosotros nos enterábamos porque íbamos por la calle y alguien lo saludaba y le agradecía. Entonces le preguntábamos y él decía que lo había ayudado. Era un hombre de muy bajo perfil e incluso ahora que murió nos vamos enterando de otras cosas, de gente que nos dice tu papá me ayudó Fue siempre piola".

Su lado espiritual

Valentina dice que su padre fue muy apegado a las leyes y "siempre hablaba de los derechos y deberes" y que "creía en la institucionalidad". Por eso cuando captó ciertos problemas de deslindes de su tierra en Quilpué, presentó una demanda civil en el juzgado local, "sabiendo que eso se iba a demorar y quizás hasta la perdía, pero era la manera de hacer las cosas".

"Mi papá nunca tuvo inscrita un arma", asegura.

En el último tiempo se había construido una estructura en el fondo del patio de un metro por 1,2 metros, donde "tenía una sillita y una vela, donde prácticamente todos los días se sentaba una hora a respirar, porque no era que siguiera un credo, sino que trataba de calmar su mente desde hace veinte años".

Tuvo periodos vegetarianos y durante tres años decidió no enterarse de noticias y no sorber una gota de vino.

Por todo eso se hace más inentendible que lo hayan asesinado por encargo. "Nadie la olfateó, la olió, no había ninguna señal", dice la hija.

"Yo me he metido y he buceado en su mail, busqué en su teléfono, que ahora lo tiene la PDI, y no había nada. Lo que sí puedo aclarar es que en la denuncia que puso mi papá el 14 de mayo (por el terreno) no relata ninguna amenaza de ningún tipo", advierte.

"Nosotros -finaliza la joven- éramos una familia muy feliz y nuestro próximo sueño era que viniera mi hermana desde Italia, cuando toda esta cuestión (pandemia) pasara. Mi papá se dedicaba en la cuarentena a hacerle unos videos con unos calcetines con ojitos de botones, pocos días antes de morir".

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