Con 50,47 metros, la checa Dana Zápotková había ganado la medalla de oro con
récord olímpico en Helsinki 1952. Y fue una de las rivales de Marlene Ahrens en los
Juegos Olímpicos siguientes, en Melbourne 1956.
"La Marlene se dio cuenta de que ella usaba siempre la misma jabalina. En los campeonatos, usted puede llevar su jabalina propia, la miden y la pesan para que sea oficial, con la cláusula de que tiene que prestarla a quien se la pida. Al tomarla, la Marlene se dio cuenta de que tenía pez de castilla. A lo mejor ahora se llama de otra manera, talco no sé cuantito, y es algo que usan los gimnastas también. Así que decidió usar la misma jabalina en su quinto lanzamiento y logró con ello el éxito", cuenta la ex atleta Eleonor Froehlich, autora del libro "80 años de deporte femenino en Chile".
Marlene Ahrens hizo 50,38 metros, superando a la soviética Nadezhda Konyayeva (50,28) y logró medalla de plata. Otra soviética, Inese Jaunzeme, ganó el oro con 53,86 y récord olímpico.
La lanzadora chilena que entró en la historia como la única chilena en subirse a un podio olímpico, murió la noche del miércoles por una insuficiencia cardiaca. Tenía 86 años, era viuda desde 2008 de Jorge Ebensperger, también deportista, jugador de polo y compañero de las aventuras deportivas de Marlene.
Porque luego de destacar en el atletismo ("en América no la ganaba nadie", dice el periodista Humberto Ahumada), donde logró medallas de oro en Sudamericanos, Panamericanos e Iberoamericanos, se dedicó al tenis y, finalmente, a la equitación, en la cual también fue campeona nacional y representante en competencias internacionales. Así como fue abanderada de la delegación chilena en Melbourne (fue la única mujer del grupo), también lo fue en los Panamericanos de Mar del Plata, en 1995, casi cuarenta años después de su medalla de plata olímpica.
"Hubo campeonatos en que iba lesionada y ganó así y todo. Era muy superior a toda la otra gente a nivel sudamericano. Cuando se retiró del atletismo, se dijo que era lamentable porque sin entrenar podría haber ganado varios sudamericanos más", revela Eleonor Frohelich, quien fue su amiga desde temprana edad y con quien hasta antes de la pandemia se juntaban "a tomar tecito en Manquehue y hablar las cosas que hablamos las mujeres", cuenta.
Leo, como le dicen sus conocidos, la acompañó, en calidad de hincha, a los Panamericanos del 63, en Sao Paulo. "Fui por mi cuenta, porque me gustaba ver esos campeonatos y mis padres me pagaron el viaje. Era un grupo de damas reducido y la Marlene ganó la única medalla de oro con un lanzamiento de 49,93, que le permitió entrar al ranking de récords panamericanos. Una tarde, hicimos un recorrido y hacía un poco de frío. Ella no andaba demasiado abrigada y como yo iba de comparsa, no me importó pasarle mi chaquetón, un chaquetón blanco invierno que antes estaba de moda. Era más importante que ella estuviera sana, porque, con un resfrío, yo igual podía mirar", recuerda.
Exigente consigo misma, meticulosa, muy observadora de sus adversarias, también destacó el lado alegre de Ahrens.
En los Juegos Iberoamericanos de Madrid en 1962, que luego tuvieron un adicional en Barcelona, se convirtió en el alma de la fiesta, cuenta Leo, tocando guitarra y cantando en las tertulias del equipo chileno.
Después de los Panamericanos de 1959, denunció a un dirigente que, más tarde, fue presidente del Comité Olímpico de Chile, y la sancionaron sin dejarla ir a los JJ.OO. de Tokio. Eso marcó su retiro del atletismo y su relación con el deporte.
"Su hija Karin (Ebensperger, periodista) tenía hartas condiciones para haber sido vallista. Fue a un Sudamericano Juvenil y ganó los 80 vallas de ese tiempo y tenía buen futuro, tenía buena pasada, era más o menos rápida y a nivel sudamericano pudo haber destacado. Pero como Marlene ya estaba enojada con el atletismo, no la apoyó mucho y hasta creo que le regaló un caballo para que se dedicara a la equitación", cuenta Eleonor.
"Lo que más siento por la Marlene, es que se merecía un funeral apoteósico. Debería ir todo el atletismo, toda la equitación, sus admiradores, el cortejo pasando por las floristas, pero con todo lo que está pasando la van a enterrar entre veinte personas. Me da una pena negra que no le hagan algo que ella se merecía", dice Eleonora.
"La Marlene se dio cuenta de que ella usaba siempre la misma jabalina. En los campeonatos, usted puede llevar su jabalina propia, la miden y la pesan para que sea oficial, con la cláusula de que tiene que prestarla a quien se la pida. Al tomarla, la Marlene se dio cuenta de que tenía pez de castilla. A lo mejor ahora se llama de otra manera, talco no sé cuantito, y es algo que usan los gimnastas también. Así que decidió usar la misma jabalina en su quinto lanzamiento y logró con ello el éxito", cuenta la ex atleta Eleonor Froehlich, autora del libro "80 años de deporte femenino en Chile".
Marlene Ahrens hizo 50,38 metros, superando a la soviética Nadezhda Konyayeva (50,28) y logró medalla de plata. Otra soviética, Inese Jaunzeme, ganó el oro con 53,86 y récord olímpico.
La lanzadora chilena que entró en la historia como la única chilena en subirse a un podio olímpico, murió la noche del miércoles por una insuficiencia cardiaca. Tenía 86 años, era viuda desde 2008 de Jorge Ebensperger, también deportista, jugador de polo y compañero de las aventuras deportivas de Marlene.
Porque luego de destacar en el atletismo ("en América no la ganaba nadie", dice el periodista Humberto Ahumada), donde logró medallas de oro en Sudamericanos, Panamericanos e Iberoamericanos, se dedicó al tenis y, finalmente, a la equitación, en la cual también fue campeona nacional y representante en competencias internacionales. Así como fue abanderada de la delegación chilena en Melbourne (fue la única mujer del grupo), también lo fue en los Panamericanos de Mar del Plata, en 1995, casi cuarenta años después de su medalla de plata olímpica.
"Hubo campeonatos en que iba lesionada y ganó así y todo. Era muy superior a toda la otra gente a nivel sudamericano. Cuando se retiró del atletismo, se dijo que era lamentable porque sin entrenar podría haber ganado varios sudamericanos más", revela Eleonor Frohelich, quien fue su amiga desde temprana edad y con quien hasta antes de la pandemia se juntaban "a tomar tecito en Manquehue y hablar las cosas que hablamos las mujeres", cuenta.
Leo, como le dicen sus conocidos, la acompañó, en calidad de hincha, a los Panamericanos del 63, en Sao Paulo. "Fui por mi cuenta, porque me gustaba ver esos campeonatos y mis padres me pagaron el viaje. Era un grupo de damas reducido y la Marlene ganó la única medalla de oro con un lanzamiento de 49,93, que le permitió entrar al ranking de récords panamericanos. Una tarde, hicimos un recorrido y hacía un poco de frío. Ella no andaba demasiado abrigada y como yo iba de comparsa, no me importó pasarle mi chaquetón, un chaquetón blanco invierno que antes estaba de moda. Era más importante que ella estuviera sana, porque, con un resfrío, yo igual podía mirar", recuerda.
Exigente consigo misma, meticulosa, muy observadora de sus adversarias, también destacó el lado alegre de Ahrens.
En los Juegos Iberoamericanos de Madrid en 1962, que luego tuvieron un adicional en Barcelona, se convirtió en el alma de la fiesta, cuenta Leo, tocando guitarra y cantando en las tertulias del equipo chileno.
Después de los Panamericanos de 1959, denunció a un dirigente que, más tarde, fue presidente del Comité Olímpico de Chile, y la sancionaron sin dejarla ir a los JJ.OO. de Tokio. Eso marcó su retiro del atletismo y su relación con el deporte.
"Su hija Karin (Ebensperger, periodista) tenía hartas condiciones para haber sido vallista. Fue a un Sudamericano Juvenil y ganó los 80 vallas de ese tiempo y tenía buen futuro, tenía buena pasada, era más o menos rápida y a nivel sudamericano pudo haber destacado. Pero como Marlene ya estaba enojada con el atletismo, no la apoyó mucho y hasta creo que le regaló un caballo para que se dedicara a la equitación", cuenta Eleonor.
"Lo que más siento por la Marlene, es que se merecía un funeral apoteósico. Debería ir todo el atletismo, toda la equitación, sus admiradores, el cortejo pasando por las floristas, pero con todo lo que está pasando la van a enterrar entre veinte personas. Me da una pena negra que no le hagan algo que ella se merecía", dice Eleonora.