Almendra González es diseñadora y hace poco se cambió a un departamento en
pleno centro de Santiago, cerca de la esquina de San Martín con Moneda.
"Cuando fui a conocer el lugar no me di cuenta de que en la esquina hay un semáforo sonoro que avisa cuando ya se puede cruzar. Sé que está ahí para las personas en situación de discapacidad visual, solo que cuando ya me mudé, noté que sonaba muy fuerte", explica.
"Traté de ignorar el sonido porque entiendo que esos semáforos son necesarios, pero no lo logré y me empecé a estresar mucho porque suena cada dos minutos durante todo el día. Lo calculé y suena alrededor de 360 veces por día. Para asegurarme de que no estaba exagerando, bajé una aplicación para medir decibeles y desde mi ventana que está a media cuadra del semáforo se escuchaba a más de 70 decibeles", relata González.
Jorge Cárdenas, ingeniero acústico y director del Instituto de Acústica de la Universidad Austral, dice que este tipo de ruido es molesto, pero no causa daño auditivo.
"Es un sonido fuerte, pero el efecto negativo va principalmente por el lado psicológico. Provoca estrés porque un sonido intermitente es más molesto que uno continuo como el sonido del tránsito, por ejemplo, considerando que el ruido vehicular está entre 70 y 80 decibeles", explica.
"No hay duda de que el volumen de estos semáforos tiene que ser regulado", enfatiza Alejandro Fernández, magíster en psicología cognitiva y académico de la Universidad de Valparaíso. "Los seres humanos necesitamos rutinas pero que estén marcadas por eventos prolongados. Cuando esos eventos se repiten en periodos muy cortos de tiempo provocan estrés porque generan la sensación de confinamiento mental".
El especialista dice que el caso del zumbido del refrigerador, por ejemplo, que también suena de manera constante pero a un volumen muy bajo, es distinto. Las personas logran acostumbrarse.
"En cambio, cuando el sonido es fuerte, constante, predecible y repetitivo, el cerebro no logra omitirlo, y si como en este caso suena una vez por minuto, genera la sensación de confinamiento mental porque te sientes atrapado en ese sonido, te vuelve loco, por decirlo en simple", asegura.
Fernández explica que la escala de decibeles es logarítmica y no lineal.
"Esto quiere decir que la diferencia entre 70 y 80 decibeles es el doble y 90 decibeles es cuatro veces el volumen de 70 decibeles, no es una escala lineal en donde el aumento es de un punto. Un semáforo que suena a 80 decibeles cada uno o dos minutos es un tremendo estresor y se puede homologar a una tortura", puntualiza.
Desde la Dirección de Tránsito de la Municipalidad de Santiago informaron que los semáforos sonoros están regulados entre 45 y 70 decibeles dependiendo del sector y el horario.
"En la esquina de San Martín con Moneda se instaló el sistema sonoro porque a pocos metros hay una escuela para personas invidentes. Debido al ruido ambiente puede que la alerta esté al máximo. En estas semanas, considerando la reducción del flujo vehicular, es posible que el sonido se amplifique y sea más notorio", explican.
Según la municipalidad, estos semáforos son una medida eficiente para las personas en situación de discapacidad visual.
"Operan con una fase exclusiva para el peatón, indicando con la alerta sonora que el cruce es seguro y sin paso de vehículos", detallan.
La diseñadora cuenta que producto del estrés que le provocaba el ruido se comunicó con la municipalidad.
"Me dieron el número directo de la empresa Auter, encargada de estos semáforos. Llamé y me dijeron que vendrían lo antes posible a verificar el volumen. La verdad es que no esperaba que la solución fuera rápida, pero para mi sorpresa, llegaron en un par de horas y le bajaron el volumen", relata González.
"El sonido aún se escucha desde mi ventana, pero a un volumen totalmente aceptable de 40 decibeles aproximadamente y ya no necesito poner la música fuerte para no estresarme con la alarma que se siente hasta tarde en la noche", cuenta.
"Cuando fui a conocer el lugar no me di cuenta de que en la esquina hay un semáforo sonoro que avisa cuando ya se puede cruzar. Sé que está ahí para las personas en situación de discapacidad visual, solo que cuando ya me mudé, noté que sonaba muy fuerte", explica.
"Traté de ignorar el sonido porque entiendo que esos semáforos son necesarios, pero no lo logré y me empecé a estresar mucho porque suena cada dos minutos durante todo el día. Lo calculé y suena alrededor de 360 veces por día. Para asegurarme de que no estaba exagerando, bajé una aplicación para medir decibeles y desde mi ventana que está a media cuadra del semáforo se escuchaba a más de 70 decibeles", relata González.
Jorge Cárdenas, ingeniero acústico y director del Instituto de Acústica de la Universidad Austral, dice que este tipo de ruido es molesto, pero no causa daño auditivo.
"Es un sonido fuerte, pero el efecto negativo va principalmente por el lado psicológico. Provoca estrés porque un sonido intermitente es más molesto que uno continuo como el sonido del tránsito, por ejemplo, considerando que el ruido vehicular está entre 70 y 80 decibeles", explica.
"No hay duda de que el volumen de estos semáforos tiene que ser regulado", enfatiza Alejandro Fernández, magíster en psicología cognitiva y académico de la Universidad de Valparaíso. "Los seres humanos necesitamos rutinas pero que estén marcadas por eventos prolongados. Cuando esos eventos se repiten en periodos muy cortos de tiempo provocan estrés porque generan la sensación de confinamiento mental".
El especialista dice que el caso del zumbido del refrigerador, por ejemplo, que también suena de manera constante pero a un volumen muy bajo, es distinto. Las personas logran acostumbrarse.
"En cambio, cuando el sonido es fuerte, constante, predecible y repetitivo, el cerebro no logra omitirlo, y si como en este caso suena una vez por minuto, genera la sensación de confinamiento mental porque te sientes atrapado en ese sonido, te vuelve loco, por decirlo en simple", asegura.
Fernández explica que la escala de decibeles es logarítmica y no lineal.
"Esto quiere decir que la diferencia entre 70 y 80 decibeles es el doble y 90 decibeles es cuatro veces el volumen de 70 decibeles, no es una escala lineal en donde el aumento es de un punto. Un semáforo que suena a 80 decibeles cada uno o dos minutos es un tremendo estresor y se puede homologar a una tortura", puntualiza.
Desde la Dirección de Tránsito de la Municipalidad de Santiago informaron que los semáforos sonoros están regulados entre 45 y 70 decibeles dependiendo del sector y el horario.
"En la esquina de San Martín con Moneda se instaló el sistema sonoro porque a pocos metros hay una escuela para personas invidentes. Debido al ruido ambiente puede que la alerta esté al máximo. En estas semanas, considerando la reducción del flujo vehicular, es posible que el sonido se amplifique y sea más notorio", explican.
Según la municipalidad, estos semáforos son una medida eficiente para las personas en situación de discapacidad visual.
"Operan con una fase exclusiva para el peatón, indicando con la alerta sonora que el cruce es seguro y sin paso de vehículos", detallan.
La diseñadora cuenta que producto del estrés que le provocaba el ruido se comunicó con la municipalidad.
"Me dieron el número directo de la empresa Auter, encargada de estos semáforos. Llamé y me dijeron que vendrían lo antes posible a verificar el volumen. La verdad es que no esperaba que la solución fuera rápida, pero para mi sorpresa, llegaron en un par de horas y le bajaron el volumen", relata González.
"El sonido aún se escucha desde mi ventana, pero a un volumen totalmente aceptable de 40 decibeles aproximadamente y ya no necesito poner la música fuerte para no estresarme con la alarma que se siente hasta tarde en la noche", cuenta.
1 comentarios:
LOS SEMAFOROS SONOROS MOLESTAN