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Directora de La jauría
Enfrentada, el año pasado, al momento de tener que dejar Buenos Aires para trasladarse a Chile y filmar La jauría, Lucía Puenzo tomó una decisión práctica: se vino con su marido, la hija de ambos (entonces de dos años), el hijo de su marido y la suegra. El grupo se instaló en una casa y por más de cuatro meses -el tiempo de rodaje- vivió, en parte, a la chilena. "La recuerdo como una experiencia feliz, única", dice la escritora y cineasta argentina, responsable del guión definitivo y de la dirección general de la serie.

En "La jauría", estrenada por Amazon Prime Video, la trama se desenrolla a partir de una denuncia de abuso sexual en un colegio católico del barrio alto: las alumnas se cohesionan y protestan (los alumnos no), la líder del movimiento desaparece, la policía empieza a investigar y, una vez que surge la evidencia de que la estudiante perdida ha sido víctima de una violación grupal, el espectador tiene claro que verá una historia de violencia misógina organizada, donde es crucial un perverso pasatiempo de la red: el Juego del Lobo.

"Hay un diálogo con hechos del presente. La escribimos hace dos años, cuando las jóvenes de pañuelo verde empezaban a hacerse escuchar en las calles. Eran los inicios de esa lucha. Entramos por ese lado y lo entrecruzamos con los juegos en línea potencialmente mortales", explica Puenzo, directora de filmes como "XXY" y "Wakolda".

-¿Usaron como referencia algún crimen ocurrido en Chile, Argentina u otro país?
-Son cientos, lamentablemente. Los crímenes de género son otra pandemia, en Latinoamérica y en el mundo. Te podría nombrar muchísimos, pero no uno puntual. Sí estudiamos en profundidad ciertos juegos en línea, como La Ballena Azul (reto suicida que alcanzó notoriedad hace unos años), que es ruso y tiene una estructura similar al de la serie. Son juegos que inicialmente parecen inofensivos y por eso captan a jóvenes sicópatas y potencialmente criminales, pero también a inocentes que terminan cometiendo un delito. Lo más temible es la idea de que pueden transformar a jóvenes inocentes en agresores de mujeres.

-¿No tiene la serie, entonces, un vínculo con el caso español de La Manada, como se difundió?
-No, porque sería minimizar el problema. Quisimos, en la medida de lo posible, escapar de los estereotipos y no anclarla en un solo caso, aunque hay una agresión grupal.

-¿Qué arista de la violencia de género le ha llamado especialmente la atención?
-No sólo la violencia, sino el abuso. Hay algo profundo que pasó en los últimos dos años y es que la palabra abuso fue redefinida. Hasta hace poco tiempo, había cosas que no se entendían como abuso, cuestiones que nos incomodaban y que, en ciertos casos, ni siquiera nosotras entendíamos que no estaban bien: la mirada de un profesor cargada de sexualidad sobre una estudiante, por ejemplo. Si no era carnal, no se entendía como abuso. Lo más interesante ha sido redefinir cuestiones que están en los grises, en los márgenes, y que comienzan a ser miradas como debe ser.

-Si bien el tema que trata es universal, la serie transcurre en Chile. ¿Cómo se familiarizó con modismos, idiosincrasia, entornos y otros rasgos locales?
-Fue fundamental trabajar de la mano de mujeres y hombres chilenos; tener un poco de distancia, pero al mismo tiempo cercanía. Mi cuñada es chilena (la esposa de su hermano Nicolás, director de fotografía de "La jauría") y he ido muchas veces a Chile, que es un país que tiene muchos puntos de contacto con nuestra sociedad.

-La historia también hace referencia a las adopciones ilegales, y el rol de la Iglesia en ellas, y al estallido. ¿No es contraproducente abarcar tantos aspectos de una sociedad?
-La serie toca eso, pero se va focalizando en una dirección, como si uno de los caballos de una carrera tuviera que ser el ganador. Me gusta mucho escribir series, porque pueden permitirse ser un poco más disgresivas y abrir subtramas. No está mal que la mirada abarque más aspectos.

-¿Por qué le interesan los niños y adolescentes, que dominan en su obra y son protagonistas aquí?
-Los niños, adolescentes y jóvenes, que están en una etapa formativa, son los personajes que más atractivos me resultan, es cierto. Son de verdad, les creo todo lo que les pasa. Aunque ni lo sepan, están tremendamente ideologizados y viven muchas cosas que se definen en esos años para toda la vida. Me parecen personajes fértiles para contar historias, más atractivos, más auténticos.

-¿Le atraen también por su fragilidad?
-También. Me gustan esos personajes contradictorios, aunque en realidad creo que no lo son, que pueden parecer muy frágiles, pero son tremendamente fuertes y no lo saben, o creen que son fuertes y se rompen con un empujón. O sexuales, pero al mismo tiempo asexuados. Hay algo de la complejidad de la vida, de lo que es realmente la vida, que está en esos personajes.

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