El momento en que a Renato del Valle lo eliminaron de la segunda temporada de
"MasterChef", en enero del 201 6, fue profético. Tras despedirse de Diana Bolocco, el
fotógrafo le dijo, a la pasada, a la animadora: "Me voy a jubilar con una restaurante
en Colombia, estoy seguro". Hoy, cuatro años y medio después, está en el Chocó,
entre la selva y la playa, en la costa del Pacífico de ese país, con su esposa y su
pequeño hijo, Tauro (1). ¿Cómo terminó ahí? Él mismo lo cuenta.
El primer acercamiento. "En 2012 vine a Colombia (es fotógrafo y trabaja en publicidad @renatodelvalle) y una pareja me habló del Chocó. Ese mismo año invité a mis hijos mayores (hoy viven en Suiza) y estuvimos dos semanas acá. Nos metimos al agua y lo primero que escuchamos fueron ballenas cantando, naturaleza por todos lados y nos enamoramos de este lugar".
Idea de partir. "En 2017 me casé con Claudia Fahrenkrog y como papá no quería criar un hijo en la ciudad, quería un lugar natural. Empecé a buscar sitios pero en todos el turismo duraba tres meses y yo necesitaba actividad constante (para instalar un restaurante) y me acordé de Colombia. Vine el 2018 a buscar un lugar. Encontré una casa y la compré. Tiene un terreno de 5.000 metros cuadrados".
Playa y selva. "Acá no hay caminos, ni autos, ni motos, es lancha y playa. Hay mucha pesca. No hay estaciones. Casi todos los días llueve un poco y el clima es muy húmedo, con 28 0 30 grados. La temporada seca es enero, febrero y marzo, que es la temporada baja en turismo porque no hay ballenas. La temporada turística empieza con la llegada de las ballenas: aquí se aparean, dan a luz y se quedan, de junio a octubre".
La partida. "Yo quería venir cada seis meses y construir de a poco (el restaurante) y cuando estuviera listo, cambiarnos, pero con el estallido social mi trabajo bajó a cero, nadie arrendaba mi estudio fotográfico. Ahí dijimos vamos a instalar el restaurante y nos vinimos a construir (él viajo a fines del año pasado y su esposa con su hijo en enero). Desde Medellín a Nuquí (ellos están en Termales, como 30 kilómetros al sur de Nuquí) vinimos en una avioneta que era como una cáscara de nuez con hélice, porque como nos trajimos al perro (Kin), en el avión (para 12 pasajeros) no nos dejaron. Fue un vuelo de 45 minutos. Después llegó el coronavirus y nos quedamos acá. Estamos mucho mejor que Chile, allá no tenemos casa propia".
Todo tranqui. "Tenemos una vida de campo. Nos levantamos a las seis de la mañana, desayunamos, Claudia se pone a ordenar y yo me voy al huerto a trabajar, pero aún no da alimentos. Vamos a sacar pepino, piña, tomate, pimentón, papaya, yuca, berenjenas y ají. Ahora consumimos verduras que compramos en el almacén, no hay supermercados. Se come pescado, patacón, arroz. Hay camarón de río y se pesca atún de aleta amarilla. Nuestro hijo ya vio iguanas, delfines y ballenas. Es como vivir en un parque nacional. Los niños acá juegan con bolitas, al luche, salen a pescar, no están metidos en internet, acá no hay y los que tenemos es satelital, que no es muy rápida. Se vive de forma muy sencilla, pero no veo pobreza. Se oscurece a las 1 8:30, entonces a las 19 estás comiendo y a las 20 ya estás durmiendo".
Luz, agua y gas. "Yo puse paneles solares (para tener energía eléctrica) pero es súper complicado, porque los materiales tienes que comprarlos en Buenaventura (200 kilómetros al sur por la costa) y los traen en barco. El agua la sacamos de un río, con una bocatoma hasta los tanques y con eso se alimenta la casa. Lo único que gastamos es en gas para la cocina. No necesitamos calefont porque el agua no es fría. Tenemos lavadora de plástico, porque todo se oxida, un refrigerador chico y una juguera".
El restaurante. "No alcanzamos a abrir, porque justo cuando íbamos a empezar a comprar mesas, sillas, platos y copas llegó el coronavirus y paramos todo. El restaurante se llama Apapache (@apapacherestaurantpacifico) y tiene una terraza donde caben 30 personas, pero ahora con los nuevos protocolos vamos a tener que recibir la mitad de personas. Está junto a la casa que tiene una cocina grande, una pieza donde dormimos los tres y una terraza trasera. Está frente a la playa. La idea es poner cabañas a futuro".
¿Regreso? "Como está la cosa, volver a Chile no está en nuestros planes. El estudio se está arrendando muy poco. Si no mejora esto no tiene sentido, tengo trabajo como fotógrafo acá y ahí se verá. El destino nos trajo acá en un momento especial, para nosotros fue casi mágico. Estamos tranquilos, despertamos con los pajaritos y no vivimos en cuarentena. Estamos súper contentos".
El primer acercamiento. "En 2012 vine a Colombia (es fotógrafo y trabaja en publicidad @renatodelvalle) y una pareja me habló del Chocó. Ese mismo año invité a mis hijos mayores (hoy viven en Suiza) y estuvimos dos semanas acá. Nos metimos al agua y lo primero que escuchamos fueron ballenas cantando, naturaleza por todos lados y nos enamoramos de este lugar".
Idea de partir. "En 2017 me casé con Claudia Fahrenkrog y como papá no quería criar un hijo en la ciudad, quería un lugar natural. Empecé a buscar sitios pero en todos el turismo duraba tres meses y yo necesitaba actividad constante (para instalar un restaurante) y me acordé de Colombia. Vine el 2018 a buscar un lugar. Encontré una casa y la compré. Tiene un terreno de 5.000 metros cuadrados".
Playa y selva. "Acá no hay caminos, ni autos, ni motos, es lancha y playa. Hay mucha pesca. No hay estaciones. Casi todos los días llueve un poco y el clima es muy húmedo, con 28 0 30 grados. La temporada seca es enero, febrero y marzo, que es la temporada baja en turismo porque no hay ballenas. La temporada turística empieza con la llegada de las ballenas: aquí se aparean, dan a luz y se quedan, de junio a octubre".
La partida. "Yo quería venir cada seis meses y construir de a poco (el restaurante) y cuando estuviera listo, cambiarnos, pero con el estallido social mi trabajo bajó a cero, nadie arrendaba mi estudio fotográfico. Ahí dijimos vamos a instalar el restaurante y nos vinimos a construir (él viajo a fines del año pasado y su esposa con su hijo en enero). Desde Medellín a Nuquí (ellos están en Termales, como 30 kilómetros al sur de Nuquí) vinimos en una avioneta que era como una cáscara de nuez con hélice, porque como nos trajimos al perro (Kin), en el avión (para 12 pasajeros) no nos dejaron. Fue un vuelo de 45 minutos. Después llegó el coronavirus y nos quedamos acá. Estamos mucho mejor que Chile, allá no tenemos casa propia".
Todo tranqui. "Tenemos una vida de campo. Nos levantamos a las seis de la mañana, desayunamos, Claudia se pone a ordenar y yo me voy al huerto a trabajar, pero aún no da alimentos. Vamos a sacar pepino, piña, tomate, pimentón, papaya, yuca, berenjenas y ají. Ahora consumimos verduras que compramos en el almacén, no hay supermercados. Se come pescado, patacón, arroz. Hay camarón de río y se pesca atún de aleta amarilla. Nuestro hijo ya vio iguanas, delfines y ballenas. Es como vivir en un parque nacional. Los niños acá juegan con bolitas, al luche, salen a pescar, no están metidos en internet, acá no hay y los que tenemos es satelital, que no es muy rápida. Se vive de forma muy sencilla, pero no veo pobreza. Se oscurece a las 1 8:30, entonces a las 19 estás comiendo y a las 20 ya estás durmiendo".
Luz, agua y gas. "Yo puse paneles solares (para tener energía eléctrica) pero es súper complicado, porque los materiales tienes que comprarlos en Buenaventura (200 kilómetros al sur por la costa) y los traen en barco. El agua la sacamos de un río, con una bocatoma hasta los tanques y con eso se alimenta la casa. Lo único que gastamos es en gas para la cocina. No necesitamos calefont porque el agua no es fría. Tenemos lavadora de plástico, porque todo se oxida, un refrigerador chico y una juguera".
El restaurante. "No alcanzamos a abrir, porque justo cuando íbamos a empezar a comprar mesas, sillas, platos y copas llegó el coronavirus y paramos todo. El restaurante se llama Apapache (@apapacherestaurantpacifico) y tiene una terraza donde caben 30 personas, pero ahora con los nuevos protocolos vamos a tener que recibir la mitad de personas. Está junto a la casa que tiene una cocina grande, una pieza donde dormimos los tres y una terraza trasera. Está frente a la playa. La idea es poner cabañas a futuro".
¿Regreso? "Como está la cosa, volver a Chile no está en nuestros planes. El estudio se está arrendando muy poco. Si no mejora esto no tiene sentido, tengo trabajo como fotógrafo acá y ahí se verá. El destino nos trajo acá en un momento especial, para nosotros fue casi mágico. Estamos tranquilos, despertamos con los pajaritos y no vivimos en cuarentena. Estamos súper contentos".