"Quedé traumada total", reconoce Valentina Caballero (28, ingeniera comercial)
cuando recuerda el choque que la alejó de la conducción por cinco años. Iba en
segundo año de la carrera y se compró un Kia Morning con los ahorros de su pega
como modelo.
"La primera semana siempre andaba con amigos que llevaba a la U, pero en la segunda me lancé sola", dice. Una mañana de la tercera semana de clases chocó cuando salía de un casting en Providencia. "Se supone que me pasé un Ceda el Paso, pero no creo, porque vi que no venía nada. Se me abalanzó un auto que me impactó por el lado del copiloto. Mi Kia voló y yo choqué a un auto estacionado. Fue terrible, quedó con pérdida total", recuerda.
Como resultado, "mi cara se estrelló contra el volante y la nariz me explotó, estaba toda ensangrentada. Alguien me abrió la puerta y me bajó. Yo estaba en otra, llorando. Finalmente, llegó un tío que me llevó a la clínica", relata. Además de los puntos en la nariz, "estuve en reposo como un mes porque me quebré el sacro, que es un hueso del coxis que se tiene que regenerar solo".
-Quedó muy mal.
-Me costó mucho. Después, cuando me subía de copiloto a un auto iba agarrada del asiento. Fue súper raro, ni yo entendía mi trauma. Me daba miedo ver la calle.
Su seguro le devolvió el auto nuevo, pero lo vendió y con esa plata "me fui de viaje tres meses al sudeste asiático. No quise saber nunca más de manejo". Se hizo a la idea de que nunca más tendría un vehículo. Anduvo cinco años en transporte público y Uber. "Sólo me subía a un auto con mis papás o gente de confianza. No quise volver a manejar, me daba mucho miedo", confiesa.
A principios de 2019, cuando su hermano menor hacía el curso para sacar el carné de conducir, se decidió a hacerlo otra vez. "Quería ver si se me iba el miedo. Le conté al instructor todo mi trauma y fue súper tierno, me ayudó mucho. Aprendí de nuevo y se me quitó un poco el temor", dice.
Casualidades de la vida: una marca le ofreció ser embajadora y prestarle un auto. "Lo tomé como una señal, acepté y gracias a eso volví a manejan Después lo devolví, pero siento que fue algo que llegó para probarme que podía manejar".
Ahora anda en el vehículo de su mamá, un Mazda CX-5. "Lo que me gusta de él es que te dice todo: apaga las luces, avisa cuando pasar un cambio, los espejos son automáticos", cuenta.
-¿Quiere volver a tener un auto propio?
-En un principio decía: "No necesito auto y no quiero", pero después de manejar todo el año pasado sentí que era imposible no volver a tenerlo. Quería comprarme uno en marzo, pero pasó lo de la pandemia y no he sentido la necesidad.
-¿Qué pasó con su nariz?
-Me la quebré un poquito y me quedó el hueso salido. Sentí que no valía la pena una operación. Quedé con una cicatriz en el lado izquierdo, que me traté con aceite, cremas y radiofrecuencia. Tengo las fosas nasales diferentes, una más grande que la otra.
-¿Hacer de nuevo el curso fue decisivo?
-Sí, si no hubiera hecho el curso no habría podido manejar. Cuando lo hacía iba con miedo, pero el instructor tenía control de los pedales y del volante por cualquier cosa. Cuando salía con mi papá me ponía histérica y así era imposible.
-¿Fue al sicólogo?
-Me recomendaron ir a un siquiatra experto en traumas, pero no fui porque pensé que no quería manejar y fue un tema que bloqueé. Fueron casi cinco años hasta que me atreví. Pero hasta hoy no me gusta manejar, prefiero que lo haga otra persona. Todavía queda un poco de miedo por ahí.
-¿Qué fue lo que más le costó?
-Coordinarme con cómo pasar los cambios. Me volvía un poco loca estar preocupada de eso y de estar enfocada en la calle, además del estrés de volver a las pistas.
-¿Cuánto le costó acostumbrarse de nuevo?
-En el auto que me pasaron anduve acompañada por unos tres meses. Después me atreví sola, pero algunas veces hasta lloraba, sobre todo cuando me metía en la Costanera o en las carreteras rápidas.
-¿Aún le da miedo el tráfico?
-Más las subidas en estacionamientos, porque tampoco tenía tan controlado el tema de los cambios, pero ya estoy experta en eso.
-¿Cómo se puede enfrentar una situación así de manera sana?
-No existe una sola manera, pero en términos generales es importante verbalizar y pedir ayuda. Si se trata de una catástrofe natural o de un accidente, puede recibir primeros auxilios sicológicos o una intervención en crisis.
-¿Es una decisión adecuada bloquear esos episodios o tiene consecuencias a largo plazo?
-Habitualmente lo que se recomienda es que las personas reciban ayuda sicológica tendiente a superar la conmoción que genera un accidente así. Se evita la situación para defenderse de la angustia que generó en primera instancia el accidente; el trauma queda encapsulado y luego puede desencadenarse por algún estímulo que le recuerde el accidente, como un ruido o un olor.
"La primera semana siempre andaba con amigos que llevaba a la U, pero en la segunda me lancé sola", dice. Una mañana de la tercera semana de clases chocó cuando salía de un casting en Providencia. "Se supone que me pasé un Ceda el Paso, pero no creo, porque vi que no venía nada. Se me abalanzó un auto que me impactó por el lado del copiloto. Mi Kia voló y yo choqué a un auto estacionado. Fue terrible, quedó con pérdida total", recuerda.
Como resultado, "mi cara se estrelló contra el volante y la nariz me explotó, estaba toda ensangrentada. Alguien me abrió la puerta y me bajó. Yo estaba en otra, llorando. Finalmente, llegó un tío que me llevó a la clínica", relata. Además de los puntos en la nariz, "estuve en reposo como un mes porque me quebré el sacro, que es un hueso del coxis que se tiene que regenerar solo".
-Quedó muy mal.
-Me costó mucho. Después, cuando me subía de copiloto a un auto iba agarrada del asiento. Fue súper raro, ni yo entendía mi trauma. Me daba miedo ver la calle.
Su seguro le devolvió el auto nuevo, pero lo vendió y con esa plata "me fui de viaje tres meses al sudeste asiático. No quise saber nunca más de manejo". Se hizo a la idea de que nunca más tendría un vehículo. Anduvo cinco años en transporte público y Uber. "Sólo me subía a un auto con mis papás o gente de confianza. No quise volver a manejar, me daba mucho miedo", confiesa.
A principios de 2019, cuando su hermano menor hacía el curso para sacar el carné de conducir, se decidió a hacerlo otra vez. "Quería ver si se me iba el miedo. Le conté al instructor todo mi trauma y fue súper tierno, me ayudó mucho. Aprendí de nuevo y se me quitó un poco el temor", dice.
Casualidades de la vida: una marca le ofreció ser embajadora y prestarle un auto. "Lo tomé como una señal, acepté y gracias a eso volví a manejan Después lo devolví, pero siento que fue algo que llegó para probarme que podía manejar".
Ahora anda en el vehículo de su mamá, un Mazda CX-5. "Lo que me gusta de él es que te dice todo: apaga las luces, avisa cuando pasar un cambio, los espejos son automáticos", cuenta.
-¿Quiere volver a tener un auto propio?
-En un principio decía: "No necesito auto y no quiero", pero después de manejar todo el año pasado sentí que era imposible no volver a tenerlo. Quería comprarme uno en marzo, pero pasó lo de la pandemia y no he sentido la necesidad.
-¿Qué pasó con su nariz?
-Me la quebré un poquito y me quedó el hueso salido. Sentí que no valía la pena una operación. Quedé con una cicatriz en el lado izquierdo, que me traté con aceite, cremas y radiofrecuencia. Tengo las fosas nasales diferentes, una más grande que la otra.
-¿Hacer de nuevo el curso fue decisivo?
-Sí, si no hubiera hecho el curso no habría podido manejar. Cuando lo hacía iba con miedo, pero el instructor tenía control de los pedales y del volante por cualquier cosa. Cuando salía con mi papá me ponía histérica y así era imposible.
-¿Fue al sicólogo?
-Me recomendaron ir a un siquiatra experto en traumas, pero no fui porque pensé que no quería manejar y fue un tema que bloqueé. Fueron casi cinco años hasta que me atreví. Pero hasta hoy no me gusta manejar, prefiero que lo haga otra persona. Todavía queda un poco de miedo por ahí.
-¿Qué fue lo que más le costó?
-Coordinarme con cómo pasar los cambios. Me volvía un poco loca estar preocupada de eso y de estar enfocada en la calle, además del estrés de volver a las pistas.
-¿Cuánto le costó acostumbrarse de nuevo?
-En el auto que me pasaron anduve acompañada por unos tres meses. Después me atreví sola, pero algunas veces hasta lloraba, sobre todo cuando me metía en la Costanera o en las carreteras rápidas.
-¿Aún le da miedo el tráfico?
-Más las subidas en estacionamientos, porque tampoco tenía tan controlado el tema de los cambios, pero ya estoy experta en eso.
Trauma
Mónica Gebler, magíster en sicología clínica, experta en sicodiagnóstico y coordinadora académica de Ipsis, explica que un trauma es un evento que, por sus características, pone en peligro la vida o el bienestar de una persona y le hace experimentar la sensación de que no puede defenderse. "Dependiendo de las características personales, de la magnitud y gravedad del evento, y de la presencia de dificultades anteriores, se puede desencadenar lo que en siquiatría se conoce como trastorno de estrés postraumático, cuyos indicadores pueden agruparse en cuatro tipos: recuerdos intrusivos, evasión, cambios en el pensamiento y en los estados de ánimo, y cambios en las reacciones físicas y emocionales".-¿Cómo se puede enfrentar una situación así de manera sana?
-No existe una sola manera, pero en términos generales es importante verbalizar y pedir ayuda. Si se trata de una catástrofe natural o de un accidente, puede recibir primeros auxilios sicológicos o una intervención en crisis.
-¿Es una decisión adecuada bloquear esos episodios o tiene consecuencias a largo plazo?
-Habitualmente lo que se recomienda es que las personas reciban ayuda sicológica tendiente a superar la conmoción que genera un accidente así. Se evita la situación para defenderse de la angustia que generó en primera instancia el accidente; el trauma queda encapsulado y luego puede desencadenarse por algún estímulo que le recuerde el accidente, como un ruido o un olor.