Recuerda Griselda Corazza el aroma impregnado en ese chaleco azul con botones que le prestó Daniel Morón hace 41 años para que se protegiera en una noche fría de Mendoza.
Ese "típico perfume de hombre" de fines de los 70, como ella graciosamente explica, la hace viajar en el tiempo hasta Argentina. Y se ríe. Y disfruta.
Ella de 17 años y él de 19, ambos participantes activos del club Andes Talleres. Griselda jugaba hockey sobre patines y Morón era arquero. Él venía de Vista Flores, un pequeño pueblo cerca de Tunuyán. Compartían en el mismo grupo de amigos y ninguno se atrevía a dar el paso que flotaba en el aire. Era 1979.
"Los futbolistas, sabes como son, van a hacer pinta y ver jugar a las chicas. A Daniel le gustaron mis piernas, pero quería salir con una amiga mía. Y un día en el club empezó a salir frío y ofreció prestarme un chaleco. Yo estaba congelada. Recuerdo que esa noche fui a cuidar a unos abuelitos al hospital, me quedé con el chaleco y, no sé, el olorcito me gustó. El día en que nos pusimos a pololear, el 7 de agosto, le dije que nos íbamos a casar", recuerda Griselda.
-¿Así de simple?
-Sí. Me dijo: "¿Querés ser mi novia?" y le respondí"sí". Y agregué: "¿Sabés algo?, yo con vos me voy a casar". Él se reía, yo soy media bruja.
-La flechó.
-No sé, parece que fue amor a primera vista, aunque éramos amigos. Fue la culpa del chaleco o el perfume que se puso.
Griselda hoy tiene 58 años y Daniel Morón 60. Llevan 38 casados, más tres de pololeo y una historia juntos en Chile, con tres hijos y el título de campeón de la Copa Libertadores del arquero con Colo Colo en 1991.
Se quieren, dicen, y cultivan la paciencia. Morón va y viene, hace unos meses inició un emprendimiento llevando kilos y kilos de paltas al sur, principalmente a Chiloé. Se pierde unos cinco días de su departamento en Las Condes, donde Griselda sigue haciendo cosas sin parar: ve a su nieto, habla con sus hijos, saca sus herramientas del taller, hace muebles, pone cerámicas.
-¿Cómo mantiene un matrimonio de 38 años?
-Tengo con Daniel bastante paciencia, es mi cuarto hijo.
-¿Por qué?
-Porque lo consiento, lo mismo que hago con mis hijos y mis nietos. Y bueno, soy así, dejo que hagan lo que quieran. Y otro tema: era tan poco el tiempo que pasábamos juntos, que siempre teníamos un pololeo. A pesar de que Daniel dejó el fútbol o el fútbol lo dejó a él (ríe por su salida).
-Usted lo sube al columpio.
-Ahora él pasa dos o tres días de la semana en la casa y por eso nos llevamos bien, aunque en alguna época estuvimos con un negocio cerca del Estadio Nacional y, prácticamente, estábamos todo el día juntos. Dicen que no es bueno tener negocios con el marido. Nos llevamos bien, discutimos como toda pareja, porque no somos computadoras, pero todo bien.
-¿Cultiva la paciencia?
-Estamos juntos porque él me quiere y yo lo quiero. Seguimos pololeando, siempre lo estoy extrañando, aunque a veces me dan ganas que se quede un par de días más en el sur (vuelve a reír). Pero mira, Daniel es el que hace las compras, va a la Vega, va para acá, va para allá. Lo que sí le gusta es preparar la cena y hace sus inventos, y yo me enojo porque le echa de todo. "Es una receta mía", dice.
-¿Recuerda cuando llegó a Chile el 87?
-Llegué a Chile con mi bebé de cinco meses, no conocía al vecino. Ahora tengo los niños grandes, uno de 34 años. Entonces extrañaba mucho Argentina. Aparte que había pocos argentinos acá, Giorgetti, Barticciotto, Dabrowski.
-¿Dónde vivían?
-En un departamento con Barticciotto y su hermano, Héctor Georgetti, que falleció, y dos pibes argentinos que se probaron en Cobresal. Luego tuvimos una casa gigante cerca del Stadio Italiano a la que se sumaron ocho jugadores. Con Daniel acogíamos a todos los que llegaban a probarse. Luego nos vinimos al departamento de hoy porque, gracias a la Libertadores, juntamos nuestra lucas.
-¿Y pagaron en efectivo?
-iNo, mujer!, antes no se ganaba plata (ríe). Uno de los dueños de la constructora de este edificio era don Alberto Nahmías y él nos hizo el favorazo de que le pagáramos como podíamos, porque no teníamos crédito.
-El 5 de junio de 1991, usted bajó a la cancha en plena celebración y le dijo que estaba embarazada.
-El día de la Libertadores, Daniel me hacía señas para que le bajara al Matías Martín, nuestro hijo mayor. Pasé entre el tumulto, entré a la cancha, le di al nene y le dije: "Mi regalo es que estoy esperando un bebé". Se puso más contento de lo que estaba.
-¿Y qué pasó?
-Que subieron al podio y, cuando fue a dar la vuelta olímpica, se fue y se olvidó del hijo.
-¿Siempre fue así?
-Mira. Cuando tuve a mi primer hijo, Daniel estaba enloquecido porque iba a ser papá. Yo sufría unos dolores asquerosos y él me agarraba la mano y me decía: "No puedo hacer nada". Él sabía que yo ahí era la actriz principal. Y después, en la Libertadores, él era el actor principal, yo lo disfrutaba desde fuera como una hincha más. Siempre veo los partidos de la Libertadores y lloro, y me acuerdo. Fue una cosa tan grande. La alegría que yo tenía era más por él.
-El amor implica admiración mutua.
-Claro. Cuando estábamos en Santa Fe, no teníamos plata y se le rompieron los guantes Adidas. Compré cuerina y comencé a hacerle guantes en la máquina. Y justo lo llamaron de la Reusch.
-Usted ha hecho harto por él. ¿Y él?
-Sí, sí, me ayuda. Si me llego a resfriar, él se vuelve loco, me dice: "No fumes tanto que te vas a morir". Por eso te digo, nos complementamos. Soy así. Me hubiese gustado ser enfermera o doctora, más enfermera para cuidar, y me gustaría haber sido soldado, ser servicial permanentemente.