Sebastián Vidal llevaba un mes y medio subiendo casi todos los días al bofedal de
Cacanpalca cuando realizó el inédito hallazgo. Para llegar hasta ahí debe manejar
una hora y media y luego caminar unos 30 minutos. Pero no es una caminata
relajada como cuando uno va a comprar el pan, sino que a 4.300 metros de altura.
Vidal, ingeniero en conservación de recursos naturales, es de Osorno, pero en los últimos años se trasladó a Putre, en la Región de Arica y Parinacota, donde trabaja en la Corporación Nacional Forestal (Conaf). Ahí está a cargo del área ambiental del proyecto Manejo Sustentable de la Tierra, iniciativa apoyada por el Banco Mundial.
La semana pasada llegó al bofedal, que tiene una extensión de 30 hectáreas, para realizar un muestreo de anfibios y encontró seis sapitos de cuatro ojos (Pleurodema marmorata ), una especie en peligro de extinción. "El último avistamiento fue hace un año, cuando unos guardaparques vieron un sapito en el Salar de Surire, pero antes habían pasado 10 años sin que nadie viera uno".
La gracia de este hallazgo, explica Vidal, es que estos ejemplares estaban a unos 300 kilómetros del último avistamiento, que es donde los libros describen la presencia de esta especie.
-¿Cómo los encontraste?
-Se hace una parcela de monitoreo de 25 por 25 metros y se hace un recorrido en forma de W. Ahí se van revisado los cuerpos de agua. Metí el brazo debajo del bofedal con cuidado, con guantes, para evitar el contacto piel con piel, porque uno no puede transferir ningún tipo de contaminante. Cuando pasé de la parte acuática a la seca, vi una champa seca, la saqué un poco, se desprendió ligeramente y ahí me di cuenta de que los anfibios se estaban enterrando nuevamente. Estaban en una posición de hibernación. Intenté manipularlos, pero ahí empezaron a salir y les pude tomar las medidas, como largo, ancho y distancia de los ojos a la nariz.
Vidal explica que eran cuatro adultos y dos juveniles. "El más grande medía 3,2 centímetros de largo y el ancho de la cabeza era como de 1,7 centímetros. Los juveniles no los manipulé. La recomendación es no hacerlo si no es necesario".
-¿Estaban todos juntos?
-Sí, todos en la misma champa. Se había formado como un cojín seco y eso lo manipulé, lo abrí un poco y estaban abajo.
-¿A qué se debe el nombre de cuatro ojos?
-Tienen unas glándulas en la espalda, que si uno las mira de arriba parecen ojos. Es una especie de mecanismo de defensa para los depredadores.
El bofedal está en el terreno de una familia aymara, de la señora Fortunata Valdés Chura, la que junto a otras familias han apoyado la labor que se está realizando allí. "Hay que trabajar bajo una mirada que incorpore e incluso homologue la investigación científica con los relatos bioculturales. En este caso, la gente del lugar sabe que cuando comienzan a aparecer los sapos es porque se van a pasar los fríos. Sumar los relatos locales e investigar en ese sentido, enriquece los resultados y representa un rescate y valoración también del saber local. Incluso se puede hablar de una distribución histórica de las especies a partir de estos relatos, que no siempre están consignados en los informes científicos", dice Vidal.
Vidal, ingeniero en conservación de recursos naturales, es de Osorno, pero en los últimos años se trasladó a Putre, en la Región de Arica y Parinacota, donde trabaja en la Corporación Nacional Forestal (Conaf). Ahí está a cargo del área ambiental del proyecto Manejo Sustentable de la Tierra, iniciativa apoyada por el Banco Mundial.
La semana pasada llegó al bofedal, que tiene una extensión de 30 hectáreas, para realizar un muestreo de anfibios y encontró seis sapitos de cuatro ojos (Pleurodema marmorata ), una especie en peligro de extinción. "El último avistamiento fue hace un año, cuando unos guardaparques vieron un sapito en el Salar de Surire, pero antes habían pasado 10 años sin que nadie viera uno".
La gracia de este hallazgo, explica Vidal, es que estos ejemplares estaban a unos 300 kilómetros del último avistamiento, que es donde los libros describen la presencia de esta especie.
-¿Cómo los encontraste?
-Se hace una parcela de monitoreo de 25 por 25 metros y se hace un recorrido en forma de W. Ahí se van revisado los cuerpos de agua. Metí el brazo debajo del bofedal con cuidado, con guantes, para evitar el contacto piel con piel, porque uno no puede transferir ningún tipo de contaminante. Cuando pasé de la parte acuática a la seca, vi una champa seca, la saqué un poco, se desprendió ligeramente y ahí me di cuenta de que los anfibios se estaban enterrando nuevamente. Estaban en una posición de hibernación. Intenté manipularlos, pero ahí empezaron a salir y les pude tomar las medidas, como largo, ancho y distancia de los ojos a la nariz.
Vidal explica que eran cuatro adultos y dos juveniles. "El más grande medía 3,2 centímetros de largo y el ancho de la cabeza era como de 1,7 centímetros. Los juveniles no los manipulé. La recomendación es no hacerlo si no es necesario".
-¿Estaban todos juntos?
-Sí, todos en la misma champa. Se había formado como un cojín seco y eso lo manipulé, lo abrí un poco y estaban abajo.
-¿A qué se debe el nombre de cuatro ojos?
-Tienen unas glándulas en la espalda, que si uno las mira de arriba parecen ojos. Es una especie de mecanismo de defensa para los depredadores.
El bofedal está en el terreno de una familia aymara, de la señora Fortunata Valdés Chura, la que junto a otras familias han apoyado la labor que se está realizando allí. "Hay que trabajar bajo una mirada que incorpore e incluso homologue la investigación científica con los relatos bioculturales. En este caso, la gente del lugar sabe que cuando comienzan a aparecer los sapos es porque se van a pasar los fríos. Sumar los relatos locales e investigar en ese sentido, enriquece los resultados y representa un rescate y valoración también del saber local. Incluso se puede hablar de una distribución histórica de las especies a partir de estos relatos, que no siempre están consignados en los informes científicos", dice Vidal.