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Cuatro familias cuentan por qué renunciaron al microondas

Cuando Marcelina Galdames y Daniel Jofré vieron cómo la pandemia se llevó al microondas que usaban todas las semanas para calentar comida, la preocupación les duró poco.

"Se nos echó a perder hace unos tres meses y como no era prioridad gastar plata en eso, decidimos acostumbrarnos. Nos dimos cuenta de que no era necesario", cuenta Galdames sobre este electrodoméstico, otrora símbolo de modernidad en las cocinas chilenas.

"En algún momento hice unas receta de galletas para microondas. Eran fáciles de hacer, pero por costumbre usaba el horno tradicional. Y la verdad es que no me llama la atención", reconoce esta bióloga marina que dejó su profesión por la pastelería.

Tras desechar el equipo, decidió mantenerlo para guardar cosas en su casa.

"El microondas ahora está como un mueble. Guardo cosas y me gusta como se ve. En el campo se ve simpático", agrega la vecina de Lampa.

"No me gusta"

Ocho años han pasado desde que la arquitecta María Castrillón usó por última vez un microondas.

"Estaba en la universidad y lo usaba para calentar la vianda de comida que me mandaba mi mamá. Pero tampoco lo usaba mucho. No me gustaba como calentaba la comida", dice la profesional, quien desde que se independizó cocina con horno y encimera eléctrica, además del calentador de agua.

"A mucha gente no le gusta cómo calienta la comida", agrega Rommy Zúñiga, doctor en Ingeniería especializado en microestructura de los alimentos y docente del Departamento de Biotecnología de la Universidad Tecnológica Metropolitana.

"Cuando calientas la comida lo que haces es transferir el calor. En este caso, son microondas de alta frecuencia que generan un movimiento a nivel molecular de las partículas de agua y grasa. Esa alta vibración genera la fricción, que hace que se caliente la comida", explica Zúñiga.

El proceso cambia la estructura de los alimentos y, de paso, el sabor.

"El caso clásico es el pan que queda medio latigudo, deshidratado. Cómo reacciona la comida depende del tipo de comida y la cantidad de agua que tenga. Con la sopa no hay problema, pero los productos que tienen almidón se ven más afectados y pierden un poco de gracia", agrega Zúñiga.

Espacio y más

"Trato de diversificar mi fuente energética porque no quiero depender de una sola. Por eso y otras cosas deseche el microondas", agrega María Alejandra Velásquez, economista de 33 años.

Cuando ella desechó ese electrodoméstico, además de quedarse con la cocina de gas, aprovechó el espacio para cocinar.

"Me encanta hacerlo y sin el microondas, gané espacio en el mesón", agrega Velásquez.

Ese mismo argumento da Marcelo Baltera, de 35 años, quien junto a su esposa descartaron por espacio el microondas. Y eso que la pareja tiene una guagua de diez meses.

"Nos lo habían regalado hace mucho, pero nunca lo usábamos. Ocupábamos más el horno que el microondas. También nos gusta más la comida calentada en olla. Tampoco lo usábamos para descongelar. Y como el lugar es pequeño, ganamos espacio para guardar cosas arriba el refrigerador, que era donde lo teníamos", agrega.

Usado principalmente para calentar con rapidez la comida (o el guatero de semillas), el aparato tiene cierta fama apurando el proceso de descongelamiento de alimentos.

"Sin embargo, la idea del descongelado es que sea lento, nunca de golpe con calor pues es la única forma en que las moléculas del alimento no se alteren tan rápido", apunta Nicolás Gárate, director y fundador de la Academia Gastronómica Internacional.

"Si le preguntas a diez personas, con suerte dos van a enterarse de que el horno tiene la opción de descongelar. El resto termina cocinando el producto ya que la cocción de las microondas satura. Es mucha temperatura, muy alta en muy poco tiempo y eso afecta molecularmente el tejido del alimento", agrega el chef.

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