Agustín Farías contesta su teléfono celular y de fondo se escucha un silencio sepulcral que solo se interrumpe con unos débiles ladridos. "Es Chiquita, nuestra perrita. Ella me está haciendo compañía desde que mi señora y los niños se fueron a Argentina", explica el volante de Palestino.
El trasandino de 33 años lleva dos meses sin ver a su esposa, Georgina Nogueira, ni a sus hijos, Indiana (3 años y medio) y Matías (6 meses). Él se quedó en Santiago, disputando el último tramo del torneo nacional, mientras ellos viajaron a Azul, la ciudad natal de Farías, para llevar una vida más campestre y libre dentro del asfixiante contexto de la pandemia.
"He aprovechado de descansar harto. Nos tocaron muchos partidos seguidos y, quizás, con Indi y Mati en casa no habría podido descansar tanto", dice Farías mirando el vaso medio lleno.
-Por fin puede dormir 8 ó 9 horas de corrido, Agustín.
-Jajajá, sí. Mi señora lo único que me dice es que quiere dormir un día entero.
Farías y Georgina están juntos hace más de nueve años y es la primera vez que pasan tanto tiempo separados. "Es raro llegar y que la casa esté en silencio. Solo espero que lleguen pronto, se supone que se vienen en 10 días más. Además, ver lo feliz que anda mi hija allá hace que el sacrificio valga la pena", explica.
Indiana precisamente fue la motivación de la separación momentánea de la pareja. "Todos creímos que la pandemia duraría un tiempo y todo volvería a la normalidad, pero no fue así. Tratábamos de armarle espacio a Indi dentro del departamento, corriendo las mesas, haciendo ejercicios, pero ella quería salir. Ni al parque podíamos llevarla. En mi ciudad, Azul, en cambio, hay muy pocos contagios y es más tranquilo", dice Farías.
El cambio de ambiente fue clave para la pequeña Indiana, quien soltó la lengua y ahora parece la nueva alcaldesa de Azul. "A Indi le estaba costando hablar, pero desde que llegó a Argentina empezó a desarrollarse mucho. Pasa por todas las casas del barrio saludando, entra al quiosco a pedir dulces, ve a sus abuelos y primitos. Anda descalza todo el día, está feliz en su mundo. Cuando la escucho hablar por mensaje de audio, para mí es todo", cuenta el volante árabe.
-¿Le resultó imposible compaginar los tiempos para que usted también pudiera viajar?
-Me habría encantando, porque vemos a nuestra familia a lo más dos veces al año. Pensábamos que el torneo iba a terminar en diciembre, pero se fue atrasando y ahora no me alcanzan los días para viajar, porque hay que hacer cuarentena al regresar. Este viaje también había nacido porque nos entregaron la casa que compramos en Azul. Entonces, mi señora viajó para hacer la mudanza. El problema fue que nunca pensamos que serían más de dos meses lejos.
-¿Ha podido aprovechar la casa sola para hacer algo que no puede cuando está su familia?
-Además de descansar, aprovecho el tiempo para estudiar y leer para mi curso de técnico online. Estoy haciendo el de César Luis Menotti. También pongo la música que me gusta, romántica, claro, y a veces me animo hasta a cantar, jajajá. Y disfruto mucho el tiempo cocinando. Me preparo de más y así me queda para la noche o el día siguiente.
-¿Qué va a pasar cuando su familia regrese?
-No sé, es un tema complejo. Los niños son los que más sufren, no entienden por qué no pueden salir ni estar con amigos. El otro día estuve hablando con mi compañero Luis Jiménez, quien me decía que a lo mejor tenía que cambiarme a una casa que tuviera espacio para que mis hijos puedan hacer más cosas.
Lo vamos a pensar.
Rodrigo Cauas, sicólogo deportivo, reflexiona en torno a la situación de Farías: lejos de la familia y su red de apoyo, justo en la definición del torneo."Los jugadores, en general, están acostumbrados a lidiar con la lejanía por temas de concentraciones y viajes. Farías lo comenta: está tranquilo porque su familia está bien allá. Creo que eso le da más tranquilidad para hacer su trabajo en comparación a la situación anterior", dice el experto.