Humberto Maturana no siempre se llamó así. Cambiaba de nombre con facilidad, sin hacer trámites en el Registro Civil. Primero fue en el colegio. "La verdad es que si no me decían Sasha, no contestaba ni a los profesores", recordó en una entrevista publicada por la Revista Caras en octubre de 1989. También decidió usar el apellido de su mamá, Olga, asistente social de un policlínico de Santiago. La jugarreta infantil era tan en seria que contó que luego de mucho se encontró con un ex compañero que le dijo "Sasha Romecín, ¿Cómo te va?".
Después, a los 17 años, escogió Tubalcaín, en honor al descendiente de Caín. Más tarde, luego de entrar a estudiar medicina en la Universidad de Chile, contrajo tuberculosis y en el Hospital del Salvador él fue el señor Irigoitía. "No era yo el enfermo", aseguró en esa entrevista.
Sasha Romecín, Tubalcaín, el señor Irigoitía y Humberto Maturana murieron este jueves a los 92 años. Así como nombres, tenía también títulos: doctor en biología de la Universidad de Harvard, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y de la Universidad de Chile, premio Nacional de Ciencias 1994, biólogo, filósofo y hasta candidato al Nobel. Su fama está ligada a la autopoiesis, un concepto que desarrolló con uno de sus alumnos, Francisco Varela, y que combina dos palabras del griego: "auto", a sí mismo, y "poiesis", creación. "Los seres vivos somos sistemas autopoiéticos moleculares, o sea, sistemas moleculares que nos producimos a nosotros mismos y la realización de esa producción de sí mismos como sistemas moleculares constituye el vivir", dijo en enero del 2019, en la conferencia que la Fundación Nobel realizó en el ex Congreso de Santiago.
Dominó los papers científicos, las conferencias y también los poemas, como el que dedicó a los profesores que no escuchan a sus alumnos y que forma parte del libro "El sentido de lo humano", de 1991.
"¿Por qué me impones lo que sabes si yo quiero aprender lo desconocido y ser fuerte en mi propio descubrimiento. El mundo de tu verdad es mi tragedia; tu sabiduría, mi negación; tu conquista, mi ausencia; tu hacer, mi destrucción".
El sábado pasado, a las 10 de la mañana, Maturana y Ximena Dávila, su compañera intelectual y humana, dictaron una clase magistral vía Zoom, para el máster en Educación Emocional y Neurociencias Aplicadas que ofrece la Fundación Liderazgo Chile. Casi 200 profesores, sicólogos y personas relacionadas de alguna manera con el mundo de la educación no se perdieron frase del biólogo. "Estaban todas las cámaras encendidas, todos los ojos expectantes. Él estuvo pendiente de cada pantallita, haciendo comentarios de lo que veía. Cuando se asomó la hija de una de las estudiantes, él hizo mención a eso, que estaba contento de saber que había un ambiente cálido y familiar entre los espectadores", recuerda Cinthia Osses, educadora diferencial.
Todos estaban pendientes de lo que él decía. "Ese mensaje que nos transmitió rompía las fronteras del ámbito educacional. Se refirió a la humanidad como sociedad y nos pidió reflexionar sobre lo que nos está pasando", explica.
Maturana, pelo lacio, barba candado, camisa y casaca, habló apaciblemente. "Si tengo que reflexionar sobre lo que estoy pensando, quiere decir que lo que estoy pensando no se puede tratar como una verdad absoluta. Tengo que estar dispuesto a tratarlo como algo que tiene validez bajo ciertas circunstancias y lo que necesito saber es cuáles son las circunstancias en que ese algo tiene validez", explicó.
Puso énfasis en la necesidad de conversar y de pensar: "La reflexión es un acto en que uno suelta su certidumbre, amplía la mirada y ve algo que antes no podía haber visto". Otro pensamiento: "Si soy experto, estoy atrapado en que yo sé". Otro más: una persona debe "dejar aparecer el mundo en el cual está".
Arnaldo Canales, director ejecutivo de la Fundación Liderazgo Chile, recuerda que Maturana les hizo preguntas a los alumnos. "¿Qué ellos retendrían en su vida y qué irían soltando, dentro de sus procesos de conciencia emocional?".
Explica que todos quedaron fascinados con Maturana. "Después de que terminó la clase, le dije al equipo que quizás, en un tiempo más, vamos a darnos cuenta del honor que tuvimos de haber estado con el doctor Maturana en esta clase. No pensé que iba a ser tan pronto", explica.