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Restaurante Las Tejas deja mítico local de calle San Diego

Cristián Lira se asoma por calle San Diego, entre Tarapacá y Eleuterio Ramírez, y contempla, una vez más, el batiburrillo diario de la cuadra: el rugido de las micros cuando arrancan, el ajetreo de las tiendas de bicicleta y computación, los atribulados lectores en busca de un libro usado. Pero en el último tiempo, reconoce, ha estado algo melancólico y, más que ver el presente, piensa en el pasado.

"Cuando llegamos, San Diego estaba lleno de teatros. Al frente había dos, no recuerdo sus nombres. En la plaza Eyzaguirre había otro y casi llegando a Matta estaba el teatro Esmeralda. Y había otro pasando la plaza Almagro. El único que sobrevive es el teatro Cariola, que está al lado. Era un tiempo de muchas luces, de mucha vida nocturna", recuerda con la mirada apuntando lejos, como si efectivamente estuviese viendo ese pasado remoto.

Cristián Lira da media vuelta e ingresa al local ubicado frente a él. Es otro viaje en el tiempo. Arriba hay un letrero grande que dice "Bienvenido a Las Tejas", y unos pasos más allá hay otro donde se lee "El Palacio del Terremoto". Unos pasos más allá se asoma el gran salón, el sello del local. Al fondo de ese amplio espacio, hay un gran escenario y en el otro extremo, en un segundo piso, se ve una platea.

"Esto antes era el teatro Roma, otro de los tantos teatros que había en San Diego, pero tuvo corta vida. Funcionó desde el 54 hasta pasado el 60", cuenta Lira. "A principios de los 70, a mis papás se les ocurrió arrendarlo para instalar aquí el restaurante sin modificar la estructura del teatro. Las Tejas había partido en 1920 en un local de San Pablo, pero se quemó en los años 30 y se trasladó a otro local que quedaba en Nataniel, pero ese local lo demolieron para hacer una calle. Así que este teatro es la tercera sede del restaurante Las Tejas. Este teatro- restaurante ha sido mi vida. Crecí acá y lo administro desde 1989".

Sin embargo, hace algunos días el propietario del teatro le notificó a Cristián Lira que debía abandonar el lugar porque lo iban a demoler para construir un proyecto inmobiliario.

"En noviembre nos vamos a trasladar a un local que queda en el paseo Bulnes, cerca de la Alameda, pero no va a ser lo mismo", advierte Lira. "Comerse una chorrillana y tomarse un terremoto sentado aquí, es distinto. Es viajar 40 años al pasado, a un tiempo que ya no existe".

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