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Filósofo convierte viejo computador en máquina para viajar en el tiempo

Cuando partió al exilio en 1976, el filósofo Juan Rivano quizás ni siquiera imaginó que pasaría el resto de su vida en Suecia, casi cuarenta años, hasta su muerte en 2015. Su destierro fue revocado en 1988, cuando él ya había echado raíces en tierras nórdicas. Aunque vino al país en visitas anuales, llenas de sentimientos encontrados, su relación con Chile parecía condenada a permanecer en el ámbito de los recuerdos, como la vida entera, por lo demás.

A fines del siglo veinte, en paralelo a sus actividades filosóficas, Rivano empezó a escribir sus memorias íntimas, evocando instantes, fragmentos de vida, lecturas situadas en un tiempo y lugar, películas vistas, hechos históricos, imágenes del pasado que en turnos caóticos tocaban la puerta de los recuerdos. De ese impulso proviene el libro titulado justamente Evocaciones publicado por Ediciones Tácitas.

El volumen, de más de seiscientas páginas, fue hallado entre los archivos inéditos de Rivano, en un viejo computador donde él escribía sus notas o pasaba en limpio textos manuscritos. Los editores advierten que el autor escribió mucho más, pero mientras lo hacía se le perdieron buenas porciones de trabajo, debido a las dificultades tecnológicas que le presentaba ese aparato. Ese proceso de escritura duró alrededor de una década, hasta fines del 2009, cuando el deterioro y muerte de su esposa lo habían afectado de tal manera que él mismo decayó física y anímicamente, por lo que esas anotaciones llegaron a su punto final de modo súbito e inconcluso.

En sus Evocaciones , Rivano parte remontándose al año 1981, donde medita acerca de la prefiguración de su pensamiento como atisbos de niñez: "¿No dicen que en el niño está el hombre? ¿No dicen que en el hombre está el niño?". De ahí salta a 1951, cuando el entusiasmo de un amigo lo lleva a leer las Confesiones de Agustín, y de ahí vuelve a 1981, y de ahí a 1930, año que lo lleva a escuchar las canciones de su madre, que acompasan recuerdos guardados en "un cofre aparte", los de sus primeros siete años de vida, en los que vivió" con esa diosa", hasta el día en ya sólo le quedó enfrentar "el miedo de caminar hacia su tumba en una noche clara de majestuosa luna".

Así, yendo y viniendo en el tiempo, saltando de un año a otro al ritmo de los recuerdos, Rivano alterna sus preocupaciones intelectuales, sus momentos cómicos vividos, sus tristezas. Amistad, odio, resentimiento, iluminaciones: la vida misma, sus claroscuros, planicies y sobresaltos. El salpicón memorioso no da tregua, en ráfagas de distintas significaciones y emociones: la película Amadeus vista en 1994 ("nos presentan a Mozart como un asno que produce excelente música"), un parte de matrimonio de 1969 que con espléndido diseño hace pensar en la fragilidad del amor, unos "estudiantes- comisarios" de la Universidad Técnica del Estado que lo interpelan ridículamente en 1973 y, con eso, quizás lo salvan de terminar sus días junto a otros profesores asesinados poco después de esa primera y, afortunadamente, última clase.

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