Ocurrió el viernes en un balcón del piso 21 de un edificio
de departamentos en Estación Central. Un niño de unos
tres años, si acaso, se encaramó por la baranda y se pasó
al otro lado del balcón, que da al precipicio. A partir de ese
instante, el hijo de una vecina, según se desprende del
audio del video que grabó, comenzó a captar la secuencia
con un celular. El video tiene a medio Chile con los pelos
de punta.
Por algunos segundos, que parecen siglos, el inocente crío hace una suerte de equilibrismo suicida a lo largo del balcón, hasta que se escucha la voz de una vecina, que le grita: "Ey, niño, para dentro, papi. Pásate para dentro. Pásate".
Y entonces, en un instante de alivio infinito, aparece una mano salvadora que agarra a la criatura y la mete de nuevo al departamento.
Dos o tres consideraciones de este episodio. El balcón tenía malla de protección. No se nota a simple vista, pero la tenía y es bastante probable que esta malla le haya salvado la vida al niño.
Segundo, ese departamento, según confirmaron varios vecinos, funcionaba como guardería informal. Es una mujer que se dedica a cuidar niños de vecinos que trabajan.
Y tercero, los papás del niño son migrantes venezolanos, al igual que la mujer a cargo de la guardería. La mayoría de los residentes del edificio, de hecho, son migrantes. En resumen: padres que trabajan a tiempo completo, migrantes y con niños menores de cinco años que aún no entran al colegio. Una realidad sumamente frecuente en el sector.
"Yo vi el aviso de esta guardería en un grupo de Whatsapp del edificio y siempre quedó claro que contaban con malla de seguridad", dice. "Esta es la única alternativa que tenemos las mamás migrantes porque no tenemos a quien más recurrir. Yo no tengo familiares aquí que me ayuden. No tengo a mi mamá, ni suegra ni hermanas. Solo tenemos grupos de Whatsapp".
Yesenia, otra venezolana que reside en el edificio, cuenta que ella trabaja desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche y que no podría hacerlo si no fuera por la guardería informal donde tiene a sus niños. "Las guarderías formales cierran a las cuatro de la tarde y yo salgo del trabajo en la noche. Imposible. La guardería donde tengo a mis niños, en cambio, atiende hasta las diez de la noche", explica. "Lo otro es el precio. Una guardería legal me cobra $260.000 por niño y yo tengo dos. Las guarderías del edificio me cobran $120.000. Yo trabajo en una tienda de ropa en Estación Central, no gano mucho. Es lo que me alcanza".
"Como primera cosa, yo no las llamaría guarderías clandestinas, sino guarderías informales, como mucho", dice. "Para las mamás migrantes, estas son vecinas que cuidan a sus hijos, lo cual es más que aceptable".
"Segundo", agrega, "el principal problema que tienen las mujeres migrantes es la precariedad laboral. Muchas trabajan en la informalidad y eso significa que no tienen acceso a buenas condiciones laborales, con contrato, y por lo tanto no tienen derecho a guarderías o a mejores condiciones de cuidado para sus hijos".
Y como tampoco, agrega Grau, cuentan con redes de apoyo familiares.
"Estas guarderías son la mejor alternativa que tienen para poder trabajar. Son una realidad, existen en todos los barrios. Así que viene la pregunta: ¿Qué hacemos con estas guarderías informales? ¿Vamos a seguir invisibilizándolas? ¿O vamos a reconocerlas y trabajar con ellas? ", pregunta la académica de la UC. "Yo creo que lo peor que podríamos hacer es condenarlos o tratarlos como delincuentes. Lo que debiéramos hacer es ver cómo podemos trabajar en conjunto para que existan más posibilidades de cuidado para las familias de migrantes. No se trata de ir a fiscalizar y cerrarlas o denunciarlas, sino cómo hacer mejores políticas de cuidado infantil".
Una última consideración, a modo de epílogo. Una amiga de la mujer que atiende la guardería informal del edificio, dice que su amiga "es una mujer íntegra" y que "esta denuncia nos arruina a todos porque dependemos de las niñeras para salir a trabajar"
Por algunos segundos, que parecen siglos, el inocente crío hace una suerte de equilibrismo suicida a lo largo del balcón, hasta que se escucha la voz de una vecina, que le grita: "Ey, niño, para dentro, papi. Pásate para dentro. Pásate".
Y entonces, en un instante de alivio infinito, aparece una mano salvadora que agarra a la criatura y la mete de nuevo al departamento.
Dos o tres consideraciones de este episodio. El balcón tenía malla de protección. No se nota a simple vista, pero la tenía y es bastante probable que esta malla le haya salvado la vida al niño.
Segundo, ese departamento, según confirmaron varios vecinos, funcionaba como guardería informal. Es una mujer que se dedica a cuidar niños de vecinos que trabajan.
Y tercero, los papás del niño son migrantes venezolanos, al igual que la mujer a cargo de la guardería. La mayoría de los residentes del edificio, de hecho, son migrantes. En resumen: padres que trabajan a tiempo completo, migrantes y con niños menores de cinco años que aún no entran al colegio. Una realidad sumamente frecuente en el sector.
Única alternativa
Nayideth es venezolana, vive en el mismo edificio donde ocurrió este episodio y también tiene niños chicos."Yo vi el aviso de esta guardería en un grupo de Whatsapp del edificio y siempre quedó claro que contaban con malla de seguridad", dice. "Esta es la única alternativa que tenemos las mamás migrantes porque no tenemos a quien más recurrir. Yo no tengo familiares aquí que me ayuden. No tengo a mi mamá, ni suegra ni hermanas. Solo tenemos grupos de Whatsapp".
Yesenia, otra venezolana que reside en el edificio, cuenta que ella trabaja desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche y que no podría hacerlo si no fuera por la guardería informal donde tiene a sus niños. "Las guarderías formales cierran a las cuatro de la tarde y yo salgo del trabajo en la noche. Imposible. La guardería donde tengo a mis niños, en cambio, atiende hasta las diez de la noche", explica. "Lo otro es el precio. Una guardería legal me cobra $260.000 por niño y yo tengo dos. Las guarderías del edificio me cobran $120.000. Yo trabajo en una tienda de ropa en Estación Central, no gano mucho. Es lo que me alcanza".
Precariedad laboral
María Grau Rengifo, doctora en ciencias políticas y académica de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Católica, dice que "lo peor que se puede hacer con estas guarderías es estigmatizarlas"."Como primera cosa, yo no las llamaría guarderías clandestinas, sino guarderías informales, como mucho", dice. "Para las mamás migrantes, estas son vecinas que cuidan a sus hijos, lo cual es más que aceptable".
"Segundo", agrega, "el principal problema que tienen las mujeres migrantes es la precariedad laboral. Muchas trabajan en la informalidad y eso significa que no tienen acceso a buenas condiciones laborales, con contrato, y por lo tanto no tienen derecho a guarderías o a mejores condiciones de cuidado para sus hijos".
Y como tampoco, agrega Grau, cuentan con redes de apoyo familiares.
"Estas guarderías son la mejor alternativa que tienen para poder trabajar. Son una realidad, existen en todos los barrios. Así que viene la pregunta: ¿Qué hacemos con estas guarderías informales? ¿Vamos a seguir invisibilizándolas? ¿O vamos a reconocerlas y trabajar con ellas? ", pregunta la académica de la UC. "Yo creo que lo peor que podríamos hacer es condenarlos o tratarlos como delincuentes. Lo que debiéramos hacer es ver cómo podemos trabajar en conjunto para que existan más posibilidades de cuidado para las familias de migrantes. No se trata de ir a fiscalizar y cerrarlas o denunciarlas, sino cómo hacer mejores políticas de cuidado infantil".
Una última consideración, a modo de epílogo. Una amiga de la mujer que atiende la guardería informal del edificio, dice que su amiga "es una mujer íntegra" y que "esta denuncia nos arruina a todos porque dependemos de las niñeras para salir a trabajar"