Moisés Jáuregui (40) no ha tenido una vida fácil. Pero siempre, dice, sintió que debía alterar el destino que le había tocado. Miembro de la cultura gitana, proviene de la clase social más pobre de la tribu: conocida como "los invasores", son aquellos que viven en carpas, en condiciones bien precarias, moviéndose de un lado a otro en sus camionetas.
Desde chico solo anhelaba estudiar para ayudar a su familia, recuerda: "Hasta los 13 años viví en un ambiente de drogadicción y pobreza, me drogaba con neoprén y pedía dinero en la calle a la gente. No sabía ni escribir, porque no es común entre los gitanos, pero me llamaba mucho la atención la cultura chilena porque sí podían aprender".
Su vida dio un giro cuando, camino a Casablanca, la camioneta de su familia se echó a perder y Moisés tuvo que salir a pedir plata, como de costumbre. Así conoció a Aurora Araya, dueña de un negocio donde fue a mendigar unas monedas; tras una segunda visita, la señora se conmovió y lo invitó a almorzar.
Así partió una amistad tan grande que, dice Moisés, Aurora se convirtió en su "segunda mamá"; ella misma convenció a su familia y lo apadrinó para que pudiera ir al colegio y vivir con él mientras tanto. A pesar de no saber leer ni escribir a esa edad, Moisés se esforzó y completó su educación básica y media en un tiempo récord.
"Me dijo que probáramos por tres meses y ya son 28 años, pero nunca perdí la comunicación ni dejé de ver a mi familia gitana. Tenía 13 años, no sabía leer ni escribir y me hacían bullying. Nunca había ido a un colegio por lo que me tuvieron que nivelar; en teoría, en seis años hice todo lo que un joven normal hace en 12", relata.
La cultura gitana, cuenta, tiene sus tradiciones muy arraigadas y entre ellos existe un nivel muy alto de analfabetismo. Es usual que mientras la mamá les enseña a las niñas a leer el tarot, el papá entrena a los niños sobre cómo hacer negocios. En Chile, en particular, se suelen dedicar a la compraventa de vehículos y a la artesanía en cobre.
Pero sostener ese estilo de vida cada vez es más difícil. "No es común que los gitanos estudien, porque vamos de pueblo en pueblo y no nos quedamos en un lugar establecido. Todo lo que aprendemos es en casa. Estamos muy orgullosos de Moisés, porque demostró que se puede y logró salir adelante con mucho esfuerzo. Es un orgullo para los gitanos", valora su hermano mayor, Antonio Sevich.
Pura perseverancia
Moisés Jáuregui marcó un hito en su comunidad: no sólo terminó el colegio, sino que se tituló como auxiliar paramédico en odontología, técnico y luego ingeniero en prevención de riesgos; en el camino sacó cuatro diplomados y acaba de terminar el Magíster en Gestión en Atención Primaria en Salud en la Facultad de Enfermería de la Universidad Andrés Bello."No solo terminó su magíster, sino que los resultados de su tesis serán difundidos a través de un manuscrito científico en una revista científica internacional indexada en Scopus", destaca la doctora Denisse Cartagena-Ramos, profesora investigadora de Enfermería UNAB y tutora de tesis de Moisés.
Casado con la cirujano dentista Jenniffer González (madre de sus hijos Santiago, Luciano y Sofía), Moisés creó la fundación que lleva su nombre, la que presta servicios odontológicos a la comunidad gitana y a personas sin acceso a atención dental. Además, es docente de la cátedra de Salud Pública en la Universidad de Valparaíso y también escribió el libro de autoayuda "Tú puedes: Moisés Jáuregui, el gitano que rompió el esquema social".
"La discriminación fue una constante en mi vida, tanto por ser gitano como por mi origen humilde. Pero siempre tuve el deseo de aprender y demostrar que, con determinación y apoyo es posible superar cualquier obstáculo y contribuir positivamente a la sociedad. Espero de aquí a unos años tener a muchos gitanos profesionales que marquen la diferencia", proyecta. "Mi hermano rompió con todos los esquemas porque estudió y se casó con una chilena. Con el tiempo los mismos gitanos se dieron cuenta de que fue para mejor, porque luchó por sus metas y logró motivar a otros para que también lo hicieran. Hay que creerse el cuento y el mejor ejemplo es mi hermano", cierra Antonio Sevich.